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Juntos somos el rayo que no cesa

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Juntos somos el rayo que no cesa. Soledad crónica.
Ilustración de Enkel Dika

Vamos a empezar con un pequeño ejercicio de fantasía. Imagina un bosque denso, lleno de árboles gigantes, secuoyas de ciento quince metros. La vista se pierde intentando alcanzar sus copas. Pero de repente, las raíces de uno de esos gigantes salen del suelo haciendo caer al árbol con tal violencia que derriba al resto de secuoyas creando un efecto dominó. Algunos animales huyen, los pájaros revolotean y gritan avisando de la tragedia. El ruido que genera todo esto es atronador, ¿verdad? Quizá, al tratar de visionar la escena has apretado la cara cerrando los ojos con fuerza, te has tapado los oídos o incluso te has imaginado corriendo. Siento decirte que no ha sonado ni el vuelo de un mosquito simplemente porque tú no estabas allí. No es Matrix, digamos que hay cosas que sólo pueden ocurrir con la ayuda de otras, cosas que requieren de nuestra presencia porque necesitan ser percibidas para existir. El sonido es una de ellas y no es una cuestión de magia sino de física. Ese derrumbe de árboles lo que habría desencadenado si estuvieras allí sería una serie de partículas vibrando en el aire. En otras palabras, ondas sonoras o acústicas. Ondas que precisan de las células pilosas del oído para convertirse en sonido. Pero yo no he venido aquí a hablar de física sino de esa compañera con la que a veces toca convivir aunque no nos guste, que roba nuestro tiempo y nos obsequia con dolores de cabeza. Hablemos de la soledad.

Soledad crónica

Emily Dickinson escribió sus poemas recluida en su habitación, Schopenhauer la describió como “La suerte de todos los espíritus excelentes” y los monjes budistas están entrenados en ella, es su autopista al nirvana. A ellos la soledad les fortaleció, mejoró su autoconocimiento y ayudó en proyectos que requerían concentración. Pero la soledad a la que yo me refiero es crónica, es un cortocircuito neuronal que no nos fortalece sino que nos debilita, enfada y enferma. Se instala en el alma a pensión completa y machaca el cerebro a ritmo de gota a gota. Una tortura, un desajuste de neurotransmisores. Dicen las estadísticas que España es el país número uno en consumo de psicotrópicos y que los problemas de salud mental se han disparado en la gente joven llegando a convertir el suicidio en la primera causa de muerte no natural, por encima de los accidentes de tráfico. En este 2021 siguen faltando abrazos y conversaciones cara a cara pero sobre todo comprensión, un medicamento que parece no estar al alcance de todos. El mundo necesita empatía en altas dosis.

Seres sociales

El desarrollo del cerebro, la bipedestación y los pulgares oponibles han hecho un gran trabajo en nuestro proceso evolutivo pero la vida en comunidad nos ha permitido expandirnos desde África a los lugares más recónditos del planeta, cazar mamuts, construir pirámides e incluso hacer Guinness bailando la Macarena juntos. Somos seres sociales, átomos que por separado somos inestables pero que juntos construimos el universo. La lista de espera en psicología clínica puede ser de seis meses y el tratamiento privado tiene un precio no apto para todos los bolsillos, por eso es tan importante la batalla desde las trincheras. Escuchar, valorar y comprender al que tenemos cerca. Quererle bien. Las relaciones humanas pueden tener el superpoder de fortalecernos. La música o esos árboles que caían en efecto dominó sólo ocurren, son audibles, si estamos ahí para percibirlos. También hay relaciones capaces de destruirnos, personas tóxicas que nos revolotean y pueden hacernos pasar del sufrimiento al odio potenciando así el lado oscuro. Los sentimientos de ira, frustración, baja autoestima, miedo y odio son los más comunes entre las personas que no oímos, personas que a base de menospreciar hemos vuelto invisibles.

Juntos somos el rayo que no cesa

En esta cuerda floja de emociones en la que nos movemos y en la que no nos han educado para reconocer un problema, para decir “a mí me pasa”, conviene mirar hacia adentro. El tic en el ojo, la taquicardia, el insomnio o todas las enfermedades acabadas en “itis” pueden ser desencadenadas por esa soledad crónica. Pero además debemos recordar que no sólo podemos ser víctimas sino también sujetos nocivos para otros como apuntaba en el párrafo anterior. Gente que no renta. Hay que sumar, radiar calor y empatía a borbotones para que otros puedan vibrar exactamente igual que las partículas dentro de un microondas. Hay actos que dicen más que el “te quiero” en Navidad. Tenemos la oportunidad de hacer magia fuera de la caja. Ver a quien habíamos vuelto invisible porque no los percibíamos al igual que no escuchábamos los árboles caer. El egocentrismo y el desconocimiento suelen ser los culpables. Acabemos con la soledad crónica. En otras palabras, seamos una persona vitamina. No olvidemos que juntos somos el rayo que no cesa.

A vosotros, estrellas en la noche.

Letra pequeña

Os dejo por aquí enlace a la teoría que explica el sonido y al instagram de Enkel Dika que es una maravilla con toques de ciencia ficción.

Tomo título de un libro de poemas maravilloso de Miguel Hernández, El rayo que no cesa. Una mezcla de amor, decepción y desengaño que fue justo lo que me impulsó a escribir el texto. Las personas que suman y las que con su desprecio destruyen. Mi gratitud siempre a las primeras.

2 comentarios en «Juntos somos el rayo que no cesa»

  1. Jorge Álvarez-Campana Camiña

    Siempre me ha gustado pensar que la actitud es lo más importante a la hora de afrontar cualquier circunstancia y que podemos elegir entre ser personas bombilla que inspiran con el ejemplo o personas que van por la vida apagadas y apagando a las demás. Magnífico título y un texto muy interesante y necesario.

    1. Bueno, es que al igual que no nos enseñar a reconocer un problema tampoco nos enseñan que la felicidad no es como se pinta y eso genera mucha insatisfacción. Al margen de eso creo que el entorno es muy importante. Hay demasiadas personas con ganas de fundir bombillas porque la moda es hablar mal y reírte de los otros, la parrilla televisiva l demuestra. Mi sensación es que lo difícil es ser capaz de decir lo bueno, lo extraordinario de los otros porque genera un complejo, inseguridad y mucha envidia. Para ser una persona vitamina hay que tener mucha luz dentro.

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