Edurne y De Gea han llamado a su hija Yanay. Laura Escanes y Risto Mejide le pusieron Roma. Soraya Arnelas y Miguel Ángel Herrera, Manuela de Gracia. Y qué decir de los Beckham si los llaman como los lugares en los que han sido concebidos. Brooklyn, Romeo, Cruz y Harper. Aunque la guinda del pastel la puso Michael Jackson llamando a sus hijos Paris-Michael Katherine Jackson, Prince Michael Jackson I y Prince Michael Jackson II. Nuestro nombre dice mucho de nosotros, concretamente de nuestras raíces, del estatus económico y social de nuestros progenitores. La excentricidad no es para todos los públicos. Lo mismo pasa con el apellido, no cualquiera puede tener un apellido compuesto, uno ilustre que sea necesario salvar de las garras del tiempo. Ni en algo tan simple sentimos que podemos escalar puestos. No tenemos lo que merecemos.
La Generación SinSin: Sin dinero, sin futuro
El acceso a la Universidad de las clases populares hizo grandes conquistas. Por primera vez en España se podía llegar a algo sin importar tu procedencia o tu apellido. Una puerta medio abierta, aunque los contactos siempre han jugado una parte importante en ese boarding pass. A mi generación se le prometió un excelente puesto de trabajo si se licenciaba, si hacía un máster, la Luna. El premio que nos tocó fue la peor crisis económica. Los millennials nos formamos, digitalizamos y comimos los mocos. Ni a jornada completa la mayoría de esta generación puede acceder a comprar una vivienda en la ciudad porque las condiciones salariales rozan lo indigno e insultante. La precariedad de los contratos también suma negativo. Un circuito de pobreza que no hace más que retroalimentarse. Estas razones, entre otras, fueron los padres y apellidos de los nuevos partidos políticos. Se acababa el bipartidismo en España.
Una vez llegado al poder la perspectiva cambia. El hemiciclo, que se ha convertido en un gallinero en el que se derrocha soberbia, agota. Y todo esto ha acabado traduciéndose en que la Comunidad de Madrid ha decidido celebrar elecciones anticipadas, el vicepresidente del Gobierno de España ya se ha cansado de su puesto y el ministro de Sanidad, quizá el más importante de la historia, también ha abandonado: le venía mejor Cataluña. Y qué decir del que se llama como el diccionario sin hacerle ningún honor. Las instituciones se han ganado el descrédito de los votantes. En sus idas y venidas los ciudadanos ya sólo ven capricho y ganas de grandeza. No, no tenemos lo que merecemos.
Sabrina 1954
Billy Wilder lo plasmó en Sabrina. La película trata sobre cómo los hermanos Linus y David Larrabee (Humphrey Bogart y William Holden), dueños de medio Nueva York acaban perdiendo la cabeza por Sabrina (Audrey Hepburn), la hija del chófer. En todo momento se contempla como un amor imposible para ambos por la diferencia abismal de clase. El discurso a modo de lección de Thomas Fairchild a su hija Sabrina es una de esas escenas cumbre del film dignas de estudio. Un alegato contra el drama sentimental lleno de resignación y estoicismo: “Hay asientos delanteros y posteriores y un cristal que los separa…La democracia suele ser injusta en sus apreciaciones. No se aprecia como tal al pobre que se casa con un rico.” Hollywood, que sabe cómo hacer feliz al espectador, le dio una vuelta de tuerca en los últimos minutos, una llamada a la esperanza, cuando Oliver Larrabee discute con su hijo Linus y sobresaltado dice “¿Con qué derecho le llama un chófer a su hija Sabrina?” y Linus le responde “¿Qué le iba a poner, Gasolina?”. Ojalá algún día alguien se revele y conteste como Linus porque no y no, no tenemos lo que merecemos.