Canadá, una experiencia inolvidable
El otoño nunca fue mi estación favorita, su inicio coincidía con la vuelta al cole. Las grandes superficies y marcas nos bombardeaban desde agosto con esta pesadilla. También era la vuelta a los despertares cuando ni siquiera ha salido el sol, los platos de cuchara y el cambio de Los vigilantes de la playa por el jersey y mil capas más. Horror. Regresaban los días cortos, la lluvia y el frío. Luego te haces mayor y esto cambia un poco, sólo un poco porque el otoño siempre se vive con un toque de nostalgia, melancolía e incluso de tristeza. Los niveles de melatonina y serotonina enloquecen. Pero si los lugares son las personas las estaciones son los instantes que vivimos y se quedan para siempre con nosotros y eso me ocurrió el último otoño, cuando viajé a Canadá persiguiendo paisajes de película y viví una experiencia inolvidable. Un layover en Ontario.
Canadá, un paisaje de otoño sobrecogedor
Canadá es el país con más lagos, el segundo en extensión y el tercero en aire puro del mundo y sin embargo este ránking no le sirve de nada porque al ser vecino de Estados Unidos permanece eclipsado por éste, que se apropia hasta del gentilicio “americano”. Pero desde mi experiencia es uno de los destinos más auténticos de a los que viajar. Los osos campan a sus anchas, la gente es amable y el cambio del dólar pica menos.
Tan pronto como aterrizamos pusimos rumbo a sus bosques dejando atrás la ciudad de Toronto, cuyos barrios residenciales son los clásicos de cartón piedra que vemos en series y películas. Eliminado cualquier atisbo de metrópolis dio comienzo el espectáculo; campos de cosecha, puestos de calabazas, lagos en los que navegar y montañas que parecían tocar un cielo azul y limpio surcado por aves migratorias. Una explosión de colores donde prevalecían los rojos, naranjas, amarillos y verdes. Otoño. Estábamos ante una obra de arte de la naturaleza. Doscientos kilómetros hasta Algonquín en los que no podía faltar el cantante nacional, Bryan Adams, el Bruce Springsteen canadiense…¡ya estoy americanizando!
Ontario, Algonquín y Bob
La primera gran experiencia de este layover fue el lugar en el que nos hospedamos, la casa de Bob, un señor de edad indeterminada, entre setenta y ciento quince años, de corazón inglés y ganas infinitas de comerse el mundo, o al menos Alemania, donde viajaba cada año un par de meses durante el invierno. La casa victoriana de nuestro anfitrión era más particular que “el patio de mi casa”, para empezar porque estaba decorada minuciosamente con retratos y souvenirs de la familia real británica, para seguir por todo lo demás; una cama con dosel a la que casi había que trepar, un jacuzzi enorme junto a la cama que amenazaba con convertirla en cama de agua, camellos de madera, lámpara de Tiffany, etc. Todo muy kitsch y a la vez muy divertido. Pero lo mejor sin duda fue el desayuno: frutos del bosque, yogur casero, gofres recién hechos.
Partimos de viaje hacia el Parque de Algonquín sabiendo que nunca llegaríamos. Paramos en cada carretera bañándonos en hojas de colores y caminos con un denso follaje otoñal. En nuestro paseo encontramos las clásicas casitas de madera de varios pisos con su correspondiente porche, “el sueño americano”. Todas estaban vacías, los únicos restos de vida eran pelotas de golf, avionetas, lanchas y las propias casas. No pude evitar imaginar la vida que debe haber en ellas durante las vacaciones, cuando regresan sus propietarios. La típica de una película de serie B con final feliz o muy turbio, en América no hay término medio.
Isla de los Vascos
Fruto de la colonización la historia de los pueblos americanos está llena de anécdotas. Entre los territorios más curiosos de la zona destacan el pueblo de Spanish y la Isla de Los Vascos. El primero debe su origen a una mujer que muchos años atrás enseñó el castellano a la tribu de los ojibway, el motivo es un poco oscuro así que no seguiré. La Isla de Los Vascos debe ser un lugar digno no sólo de ir sino también de escuchar a sus habitantes, una experiencia. En el siglo XVI llegaron hasta estas aguas balleneros vascos, como consecuencia de la convivencia entre los vascos y los algonquinos surgió una lengua mixta y algunos vocablos y expresiones de los indios micmac tienen su origen en el antiguo vizcaíno.
La verdadera gran experiencia
De entre todos mis recuerdos de este layover en Canadá destaco los carteles que avisaban de la presencia de osos. Me preparé a conciencia pero sólo a conciencia porque jamás estás preparada para semejante vivencia, mucho menos si has visto El Renacido de Leonardo DiCaprio. Una película difícil de olvidar y no sólo porque por fin consiguiera la ansiada estatuilla. Leí sobre el spray anti osos, tipos de osos y ataques, qué hacer y qué evitar. Entre las recomendaciones aconsejaban hacer ruido para alertarles de tu presencia y así evitar el encuentro. Yo elegí cantar la peor canción de cuantas he escuchado, una con la que Jorge me martirizaba esos días. No apareció ningún oso, ninguno en su sano juicio querría comerse a alguien que canta “Planazo (buah)”. Antes me escupe.
Recomendaciones:
- Muy útil para reservar y conocer el estado de los parques https://www.pc.gc.ca/en/index
- Vestir con ropa de abrigo y calzado de montaña.
- Alquilar el coche con antelación, si no lo haces vas a pagar un precio muy elevado.
- Ver la evolución de la hoja a la hora de planear tu viaje a los parques. Lo estudian a conciencia porque saben que reciben mucho turismo buscando el color más bonito.
me encanta! ha sido como estar allí
Muchas gracias Natalia! Es justo lo que pretendía, que cualquiera que lo leyese pudiese imaginarse allí 🙂
Canadá y la isla de los vascos habrá que visitar, pues!
Nada me gustaría más 🙂