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El sueño de volar

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Paseo en globo por el desierto de Dubai. Clara Colorín Colorado
Paseo en globo

Por tierra y mar era imposible. El único lugar que no estaba custodiado por el ejército de Minos era el cielo. Encerrado en una estructura inhumana de pasillos y pasillos que se solapaban y conducían a todas y a ninguna parte, Dédalo se dio cuenta de que para salvar su vida y la de su hijo debía aprender a volar como lo hacían los pájaros. Fue Da Vinci antes que Da Vinci. Recogieron palos y las plumas de las aves que sobrevolaban el laberinto. Construyeron bastidores de madera y pegaron las plumas una a una con la cera de la miel de las abejas. El resultado de este ejercicio de bricomanía fueron dos pares de alas enormes. Primero se vistió Dédalo con ellas, comprobó que funcionaban y dio unos consejos a Ícaro. “No vueles cerca del mar, la humedad destruiría los frágiles engranajes. Tampoco demasiado alto, el sol podría derretir la cera. Quédate cerca de mi”. Sin perder más tiempo despegaron dejando atrás su prisión en Creta. Cuando consiguieron controlar las corrientes de viento sintieron que dominaban el vuelo. Entonces Ícaro hizo lo normal, desobedeció a su padre. Estaba tan deslumbrado que sin pensarlo se elevó más y más invadido por la belleza de la libertad. Con los ojos cerrados perforó las nubes. El instante era tan perfecto como un anuncio de queso Philadelphia. Pero tan alto se elevó que el sol empezó a derretir la cera y con ello el sueño de ser libre. Las plumas se desprendieron, los bastidores se desmenuzaron y él cayó suicida del cielo. Dédalo no pudo salvarle y una vez más padeció la desavenencia de sus inventos.

No podía ser pero sí era

Al ser humano le gustan tanto los desafíos que ha sido capaz de adaptarse a los desiertos y a los polos. Bucear en las profundidades marinas y volar para conocer los límites, para escapar, para soñar. Tenemos la pulsión de hacer lo contrario a lo que deberíamos porque reside en nosotros esa extraña idea de dominar cuanto nos rodea, de extender el sentimiento de pangea, ya sea anexionando el país de al lado o la galaxia entera. La gravedad artificial, el humidificador, el North Face y, si hace falta, la bomba atómica. Recursos para adaptarnos o gobernarlos. Somos los artífices del caos. Dubai, que tiene la curiosa aspiración de convertirse en el Canadá del Middle East, a veces sorprende. Saca al chamán e invoca a la lluvia disparando yoduro de plata al cielo. Muy “Made in China”. En ocasiones sólo hace falta que toque limpieza de cristales en el edificio. Olvídense del mapa de isobaras, la meteorología es así de caprichosa. Ocurre una vez al año, es una posibilidad entre trescientas sesenta y cinco. La naturaleza se lo toma como un reto divino. El veintisiete tocó limpieza, el veintiocho volábamos en globo. Después del café de las dos de la madrugada el cielo se iluminó igual que una fiesta de Ibiza. Luego rugió. “No puede ser”. Y sí era. Regresó el relámpago y  tronó. No podía ser, pero sí era. Con los cristales limpios lo vi claro. A las cuatro menos cuarto un coche nos recogía. A las cuatro menos veinte el cosmos se lo había tomado como un desafío. La camiseta que Jorge vestía con el 2020 tachado había aumentado la provocación.

Despacio y sin marcha atrás

Mientras el de la camiseta roncaba el conductor y yo vimos diluviar, charlamos y nos reímos porque no quedaba otra. La tragedia provoca eso, risa tonta entre los que no tienen el control de nada. Utilizamos el humor como salvoconducto, como única salida. Llegamos al campamento y seguía lloviendo. Nos miramos y de nuevo una risa tontísima. Cuando amainó un grupo de ávidos científicos comenzaron a hacer pruebas hasta que lo vieron claro y nos hicieron firmar un documento. El típico que exime de toda responsabilidad al otro. El que firmas sin pararte a leer. El que en este país te dan justo antes de entrar a que te operen mientras te preguntan si te han hecho el electrocardiograma. Estaba la risa y estaban los tontos ya desligados de ella. Pero estaba ocurriendo. Se hacía la luz tras la tormenta y el aire caliente que escupía la máquina comenzaba a llenar el globo. Se hinchó hasta ponerse en pie y saltamos dentro de una cesta enorme. Era real, íbamos a volar. El aire dentro del globo era tan ligero que empezamos a alzarnos igual que lo hacía el sol. Despacio y sin marcha atrás. Mecidos por el viento sobrevolamos sin timón campos de arena, plantaciones y granjas de camellos. Fotografié el orden de los cultivos, las dunas esculpidas por la brisa y el globo de enfrente como si fuera nuestro espejo. Teníamos menos densidad que una pompa de jabón.

Volar para soñar

“Me lo pido” no se creó en Navidad frente al televisor. El viejo cabalgar al viento, el querer ser pájaro, lo eligieron antes curiosos de la talla de Da Vinci, del andalusí Abbas Ibn Firnas o Clen Sohn, que tras desplegar unas alas caseras a tres mil metros de altura se mantuvo en el aire durante minuto y medio. Luego chocó contra la realidad. Soñamos lo imposible porque es el motor para adentrarnos en las profundidades marinas, salvar vidas o explicar el origen de los agujeros negros. Es el pan de los curiosos y la sangre de quienes sufren insomnio. Se practica dormido, despierto y dando vueltas. El sueño de Dédalo e Ícaro fue volar para escapar. Nosotros, fabricantes de mitos, biotecnología y fantasías quizá algún día volemos con los ojos cerrados perforando las nubes igual que Ícaro o un anuncio de queso Philadelphia. Seguramente hoy Dédalo le habría dicho a su hijo que no volara tan bajo que el estándar grisáceo y la mediocridad asfixiasen la fragilidad de sus ideales, ni tan alto que la soberbia los deshiciera. Sin aire caliente en el globo regresamos los pies a la tierra “tras haber usurpado durante unos instantes en los aires el imperio de la luz”, como dijo Galdós. Aterrizamos en una finca vallada tras sortear una duna enorme para no volcar. Entonces, a unos metros veo que nace una flor. Vida en los yermos campos de arena. Estamos de enhorabuena, lo imposible se abre camino. 

8 comentarios en «El sueño de volar»

    1. Bueno, hay que volar más bien dando saltitos aunque no te voy a negar que yo preferiría ser Ícaro durante unos minutos, cerrar los ojos y perforar las nubes igual que un anuncio Philadelphia y como decía Loquillo “por un instante, la eternidad” 🙂

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