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Hablar en inglés, la voluntad de querer entender

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Hablar en inglés. Living Dubai. Blog Clara Colorín Colorado
Forrest Gump dándole nombre a su barco, Jenny, el amor de su vida.

Como buena persona rencorosa tengo una memoria de elefante con recuerdos marcados a hierro. No hace falta que el acontecimiento sea tan épico como la muerte del padre de Íñigo Montoya. Basta que no entienda algo para darle vueltas al suceso buscando el porqué. Sin el objetivo de la venganza, el desagravio me da pereza. Si además tiende a repetirse lo encumbro a una categoría de estado en mi cabecita. Hace unos días, en plena verbena con sangría y croquetas, no entendí lo que pasó. En un clima de colegueo me acusaron de no ser diplomática, que curiosamente es la única manera de la que sé hablar en inglés. Ni siquiera sé cómo comenzó. Llegué tarde a la conversación y me metieron en lo que parecía el confesionario de Gran Hermano. Ese en el que se cortan cabezas cuando nadie te ve. Confesiones morbosas, suicidas, de las que a mí me gustan. Las que poseen verdad. Una colega checa y una estadounidense comentaban sobre un conocido que disfruta con ridiculizar. Todas habíamos sido sus víctimas y eso aparentemente nos unía. Para que me entendáis, él es el típico que parece estar entrenando para ser el más hiriente. El que está a un bofetón del galardón de la academia, o sea, el que se cree gracioso. Una joya a la quemar para ver si vuela. Y encima misógino, la única mujer de la que no habla mal es de la que obtiene algo. El tipo de hombre que encarna el retrato de hace cincuenta años y que una parte de la población sigue considerando de moda, como los tirantes o el entrar en la iglesia, no para limpiar sus pecados, sino para aparentar. La excusa de esta batalla fue el mal uso de la palabra love.

Tomeito vs Tomato

Desde que vivo en Dubai siento que hay un problema que se repite. La primera vez que ocurrió era la hora de comer en el avión, y tras la difícil decisión de si “beef or chicken” llegó la pregunta “would you like something to drink?”. Respondí que  “yes, I´d like tomato juice”. Con una mueca de incomprensión y rechazo la azafata me dijo  “WHAT???” Y yo, que suelo hablar bajito, repetí un poco más alto “TO-MEI-TOOOOO”. Ella, como si estuviera descifrando un sudoku o una fórmula matemática llena de logaritmos, regresó con un “EH? TO-MA-TO?”. Agazapada en mi asiento y muerta de vergüenza le dije que “Yes, yes”. Ahí empecé a vislumbrar que hablar en inglés era algo muy diferente de lo que me había enseñado en el colegio la teacher Isabel. En el siguiente vuelo continuaba empeñada en los incontables beneficios del zumo de tomate así que repetí opción. Esta vez me dije a mí misma “Clara, di tomato”. De nuevo, una azafata con complejo de teacher (suele pasar) insistió en que era “TO-MEI-TO”. No hubo réplicas por mi parte. La película se repetía. Con mi zumo de tomate en mano empecé a darme cuenta de que no era un problema de pronunciación, había uno mayor y más grave: la falta de voluntad de querer entender.

El inglés es la lengua oficial de Reino Unido, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Canadá entre otros muchos. A pesar de que el mandarín ha ganado en el ranking como el idioma más hablado sigue siendo el inglés el que se utiliza como lengua internacional de comunicación. Con nuestras peculiaridades hablamos inglés a lo largo y ancho del planeta. La unicidad fonética es una declaración imposible, incluso dentro de Reino Unido. Nada tiene que ver el acento de Londres con el de Manchester. Sin embargo todos buscamos lo mismo: comunicarnos.

Hablar en inglés: la falta de voluntad

Pero el conflicto de hablar en inglés va más allá de la pronunciación. La cultura, la procedencia y el grado de cercanía también suman. La actitud multiplica. Y ahí volvemos, a la verbena de la que hablaba al principio. Yo pensé lo normal, que les caía fatal y que lo contaban haciendo uso del humor. Es bien sabido que lo que se dice de broma se dice de verdad. La mofa es un arma poderosa que enmascara y hace de la verdad más desalmada un paseo de rosas. En esta fiesta, entre croquetas y sangría, la guasa giró en torno a la palabra love, que debido al buenismo y la filosofía Mr. Wonderful se está devaluando. Una de ellas, después de ponerle a caer de un guindo, insistía en que le amaba, que le encantaba (“I LOVE X”) y quería que yo lo entendiera y para ello que repitiera sus palabras. Quería borrar sus pasos por el confesionario de Gran Hermano. Retractarse puede ser un síntoma de inteligencia, en este caso lo era de cobardía, de bienquedismo. Yo no podía, no quería repetir sus palabras. Antes muerta por urticaria. Fiel a su significado cuando pronuncio love hablo de amar. Es un te quiero gigante que no se regala a cualquiera. No es el equivalente de “caer bien”. Es algo que digo de corazón a personas muy concretas. Mi sensación es que el mundo anglosajón ha comenzado a devaluarlo a la categoría de arroz inflado y además les va bien con todo. El abuso ha provocado que haya perdido su razón. Es un filete de panga contaminado y sin espinas. Love va con todo, es como los jeans, siempre queda bien.

Love is LOVE

Ahora imaginaos películas como La princesa prometida o Forrest Gump. Qué habría pasado si love fuese el equivalente de “me caes bien”. Westley sabía de lo que hablaba cada vez que le decía a Buttercup “as you wish”. No luchó por el amor verdadero por el simple hecho de que le cayese bien. Buttercup no era una simple amiga con la que ver las carreras de caballo con unos nachos. Forrest siempre supo querer bien a Jenny. Cuando rezaban para que ella se convirtiera en pájaro, cuando la defendió en Washington, cuando se casó con ella ya enferma. A las palabras habría que exigirles vehemencia. A las personas que nos rodean también. Hemos puesto la altura de los amigos muy baja, la de los conocidos y los afectos aún más. Esa tarde de verbena intentando entendernos nos desentendimos. Y por un momento que a mí me pareció eterno, mi cerebro hizo gala de esa capacidad inaudita para desdoblarse. Vi la hecatombe igual que el que observa a través de la mirilla, como si no estuviera allí. No daba crédito. Quizá es un instinto de supervivencia, cuando ya no hay nada que hacer y una parte de ti sabe que debes abrir la boca, pero la otra parte no sabe qué decir, entonces el cerebro da la orden de llenarte la boca con croquetas. O yo qué sé. O yo, que sé…Cuestión de acento y una coma. Pero sí, coma croquetas, a veces no hay nada mejor que añadir.

1 comentario en «Hablar en inglés, la voluntad de querer entender»

  1. Jorge Álvarez-Campana Camiña

    Hay que firmar el Tratado de Paz de la Croqueta! Es cierto que para que dos personas se comuniquen las dos tienen que poner voluntad, incluso cuando hay una comilona entre medias.

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