Poco más de siete horas en avión distan de una de mis ciudades predilectas. Custodiada por la Sierra de Montserrat y arropada por el abrazo cálido del Mediterráneo, Barcelona es una de las ciudades más especiales de cuantas conozco. Después de vivir casi diez años allí, aterrizar en El Prat es similar a hacerlo en casa. Aunque reconozco que el día que regresé a Madrid me sentí Ulises pisando Ítaca. En una confortable y refinada habitación con vistas al mar el Hotel Meliá Barcelona Sky me da la bienvenida. Una ducha después comienza realmente mi layover en Barcelona.
Ready, Steady and Go!
Día uno
FIRST STOP
Comienzo mi aventura y no me hace falta llegar muy lejos, a la altura de Glòries, para ver cómo se levanta imponente la Torre Agbar, igual que un géiser brotando de las profundidades urbanas. El edificio se inspira en el Hotel Attraction, en los campanarios de la Sagrada Familia y en los pináculos de la Sierra de Montserrat. Su recubrimiento vidrioso refleja los cambios de luz que atraviesa la localidad a lo largo del día y del año. Y no puedo evitar contemplarla y de alguna forma recordar a mi amigo Toni trabajando de mantenimiento en ella hace quince años. Su jornada comenzaba a las seis de la mañana, más tarde acudía a la universidad y aunque se quedaba dormido siempre sabía responder al profesor. Toni, aún sin capa, era como un superhéroe para mí, el tipo de persona que lidia con los obstáculos y se construye a sí misma. La melodía de mis tripas me recuerda que estoy muriendo de hambre. El letrero de una tienda de jamones promete bocadillos aunque cuando entro me dicen que ya no tienen pan. A las cuatro de la tarde ya no tienen pan. Fiel a mi ritual acabo en el Enrique Tomás comiendo a dos carrillos un delicioso bocata de virutas de jamón y tomate para más tarde dar rienda suelta a dos de mis pasiones cada vez que tengo layover en Barcelona: pasar las horas ojeando libros en el Fnac y comprar todos los que quepan en mi mochila.
SECOND STOP
Caminando por Paseo de Gracia frente al escaparate de Tiffany’s me viene a la cabeza la última vez que lo hice. Era febrero de dos mil veinte y me acompañaba Clara. Con croissant en mano hablaba de subir al Monasterio de Montserrat, conocer Sitges y ojear opciones de enoturismo. Era imposible tanto en dos días. Finalmente subimos a los bunkers del Carmel, disfrutamos de las vistas y pisamos uno de los escenarios de la Guerra Civil. Ese día descubrimos que hay algo llamado Freixetren. Un billete de ida y vuelta en tren, que se puede adquirir en todas las estaciones de Renfe, y que en treinta y cinco minutos te lleva a la sede de Freixenet en Sant Sadurní d’Anoia. Ofrecen visitas a la bodega, catas con diferentes productos como el jamón, el queso o el chocolate…lo mejor es echarle un vistazo pinchando aquí. El segundo día fuimos a Sitges, el Saint Tropez español. Popular por su festival de cine, su celebración del orgullo gay y cómo no, por su belleza. Luego yo volé a Ciudad de México y ella se quedó siguiendo la pista de Gaudí en Barcelona. La fachada de la Casa Milà simulando oleaje, el patio de luces de la Casa Batlló. El Park Güell y su casita de galleta. La Casa Vicens y la Sagrada Familia. Gaudí era modernista e imaginativo. Un arquitecto y artesano meticuloso capaz de combinar elementos como la cerámica y la forja de hierro, el vidrio y la carpintería. En la naturaleza encontró su principal fuente de inspiración. Juan Bassegoda lo describió a la perfección cuando declaró: “La arquitectura de Gaudí no cabe dentro del modernismo, mientras que todo el modernismo cabe perfectamente dentro de la obra de Gaudí.”
Día dos
FIRST STOP
Con un torrente de luz amanezco después de apagar varias veces la alarma. El bufet del Melia Barcelona Sky es lo que considero uno de los tesoros de la ciudad condal. Porque al surtido infinito de comida y las vistas panorámicas hoy puedo sumarle una copa de cava gracias a que este layover en Barcelona es un poco más largo de lo habitual. La cristalera me muestra un día bañado en azul, sin bruma que desdibuje el horizonte. Comienzo el paseo marítimo en la Playa Mar Bella, sigo por Bogatell, atravieso el Puerto Olímpico con sus veleros, y a la altura de la Barceloneta giro hacia la Iglesia de Santa María del Mar. Más conocida por la novela de Ildefonso Falcones como la Catedral del Mar. A través de la familia Estanyol, Falcones consiguió esclarecer la vida de la Barcelona del siglo XIV. Para muchos una subsistencia trabajosa e inclemente al refugio de la catedral. La iglesia es la entrada al barrio del Born en el que conviven la Barcelona histórica y el comercio moderno. Antiguamente se celebraban los torneos de armas y justas entre caballeros. Ahora acoge al Museo Picasso y al urbanita de vanguardia. Es lo que se llama un barrio con flow. Continúo por la Plaza de Sant Jaume, donde se ubican el Palacio de la Generalitat, el Ayuntamiento y una de las vías más fotografiadas, la Calle del Bisbe. En tres minutos estoy en la Catedral. Frente a ella se reúnen comediantes, artistas y curiosos. La libertad, el potencial artístico y la desvergüenza cosmopolita se dan cita en esta ciudad y un poco me recuerda a Londres.
SECOND STOP
En el restaurante gallego O´retorno, un sitio que frecuento desde hace dieciocho años, me reuno con mis amigos de la universidad. Catalanes con sangre gallega, andaluza y de barrio. Como buenos licenciados en Políticas charlamos sobre política y actualidad, en otras palabras: sobre estupideces. Vuelan las raciones de pulpo, de lacón y gambas al ajillo. La sorpresa nos asalta cuando pedimos la cuenta que demuestra el error de haberlo hecho de memoria, sin mirar el menú. Los precios, al igual que nosotros, se han hecho mayores. Acabados los botellines de Estrella de Galicia toca despedirse de todos excepto de Alberto, que ataviado con su inseparable chupa negra y un moño que recoge su pelo largo me lleva de ruta por los bares más cutres de la ciudad. Tradición que repetimos en cada layover en Barcelona. Alberto es largo y espigado como el junco, un tío que se dobla pero nunca se parte. Doctor en la noche y profesor a la luz del día. Podemos pasar tiempo sin vernos y el reencuentro es como si lo hiciéramos cada día. Es una persona que cuando abraza lo hace de verdad, de esos amigos que se cuentan con una mano. Le quiero porque se hace querer. Antes solíamos acabar en el Magic Club bailando rock and roll o sosteniendo columnas, hoy hemos cerrado en un bingo sin cantar línea siquiera.
BONUS TRACK
De vuelta al hotel, justo cuando nada más me puede pasar en este Layover en Barcelona, entra Leiva con un grupo de amigos hablando sobre el número trece. Carne de canción. Quiero decirle muchas cosas, seguir la fiesta con ellos, ser groupie…pero sin uniforme no me atrevo. Eso sí, antes de dejar el ascensor me envalentono, entro en su conversación y añado que en los aviones tampoco existe la fila trece. Salgo como el rayo. Ahora escucho su música esperando mi canción.
Que bonito Bacelona y la ruta de Gaudí y el modernismo, me encanta. Hay que mirar los precios en los restaurantes antes y después.
A mí también, estoy deseando regresar a Barcelona para ver un poquito más de Gaudí. Los precios siempre hay que revisarlos pero es que además ellos comían con los ojos porque esa fuente de postres era desproporcional
Que bien aprovechado el Layover en Barcelona y buena descripción de la ciudad
Sí, sin parar pero es la única forma de hacer cosas. Si llegas y te acuestas por el jetlag no haces nada