Vuelo a Copenhague, lo que significa que vuelvo a Copenhague. Una ciudad que pisé por primera vez durante la erasmus de mi hermano Juan junto a mis amigos hace ya unos años. Era invierno, el frío era insoportable y la luz escasa y aún así, con esos ingredientes tan pobres, lo recuerdo como uno de los viajes más felices. Copenhague en verano es uno de los mejores regalos que te pueden hacer los de roster. En este layover paso de 53 grados a poco más de 20, es como un cambio de estación dentro del mismo verano. Insisto, es un regalazo. Una vez más, Marriott me da la bienvenida y me obsequia con unas vistas al canal, a eso yo lo llamo suerte.
Ready, Steady and Go!
First stop
Tras una ducha rápida bajo al restaurante del hotel. Un compañero me ha recomendado que no salga sin probar el salmón. Dice que aquí lo hacen exquisito. Y tiene razón porque tras acabar el plato de salmón pido otro plato de salmón. El sentimiento de culpabilidad es nulo, no cuento calorías, disfruto. Un café después, salgo del hotel y alquilo una bicicleta. Empieza aquí el verdadero layover en Copenhague. Pedaleo por el canal hasta el Centro Danés de Arquitectura. Un edificio que a mi me recuerda a un juego de construcciones. Es como un lego elegante y enorme. Una foto después continúo mi camino con el viento de cara. Viento con más poder que cualquier dosis de cafeína.
Second stop
Paso por el Diamante Negro, la Biblioteca Real Danesa del puerto. Un edificio colosal hecho en mármol negro y cristal, compuesto por dos grandes cubos unidos a través de un puente en forma de onda de color blanco. Una obra maestra de los archiconocidos Schimidt Hammer Lassen. Sí, los SHL. continúo el viaje pedaleando hasta el Borsen para ver el chapitel de dragón. Cincuenta y seis metros de colas de dragón que parecen tocar un cielo azul. Un poco más adelante se encuentra el Palacio Christianborg. La casa del poder legislativo, ejecutivo y judicial en Dinamarca. Un lugar muy completo, no cabe duda. No me detengo mucho, hoy como de costumbre no me sobra el tiempo.
Como una bala atravieso el Holmens Kanal, cruzo el Nyhavn, dejo atrás el Palacio Amaliemborg y rodeo el Kastellet. Metros después llego a uno de mis destinos preferidos de este layover en Copenhague. Llego a ella, a la Sirenita de Hans Christian Andersen. Esa mujer tallada en bronce y sueño. La escultura es un regalo de la familia Carlsberg a Copenhague. Un homenaje a la bailarina Ellen Price quien consiguió un gran éxito en el ballet basado en La Sirenita. La historia real, no la de Disney, trata sobre una sirena que emerge de las profundidades con la ilusión de conocer lo que se extiende más allá del océano como regalo de cumpleaños pero cuyo destino es otro muy distinto. Se enamora con final catastrófico. En el cuento ella no pudo cumplir ese sueño, sin embargo la ciudad de Copenhague, como si de un deleite de justicia se tratase, la hizo recorrer medio planeta hasta llegar a Shanghái con motivo de la Expo durante seis meses. De esta manera la Sirenita finalmente consiguió ver mundo.
Third stop
Retomo mi bicicleta y regreso por donde vine. La siguiente parada de este viaje es el Nyhavn, pero esta vez para disfrutarlo de verdad. El Nyhavn en verano es una mezcla del anuncio de Sony Bravia con la canción Safe and Sound de Capital Cities. Es un lugar feliz, divertido y bonito. Es colorido, hay barcos, turistas, vikingos y mil puestos de smørrebrøds. No soy muy de resistirme a esto así que me siento y pido uno de pavo, queso y rúcula y veo la vida pasar como si de una obra de teatro se tratase. Es un momento de desconexión y jetlag.
Last stop
Al rato me asaltan algunos compañeros de la tripulación y les convenzo para ir al Jazzhus Montmartre. Lugar clave en un layover en Copenhague. Está muy cerca. No mucha gente lo sabe pero en Copenhague el jazz es muy popular desde los años sesenta. Ben Webster, Thad Jones y Dexter Gordon lo encumbraron en el local al que hoy vamos. El Jazzhus Monmartre es un lugar auténtico, de los que incluyen focos y cortinas rojas de terciopelo en torno al escenario. Con unas Carlsberg y una Aalborg aplaudimos el show que comienza. Por cierto, la Aalborg es un akvavit destilado con ámbar. Tiene el sobrenombre de “agua de fuego vikinga”. Un par de horas más tarde llego a mi habitación y me desplomo sobre una de las camas más cómodas del mundo para volver a ser en la mañana siguiente. El no ser ya se lo dejo a Hamlet, sin cuestión.
Qué divertido y qué rico todo!
Gracias Jorge 🙂