Después de más de 9 horas de vuelo aterrizo en el Aeropuerto Internacional de Kansai, aunque nunca me parece largo un viaje a Japón. Los japoneses son los pasajeros más amables, limpios y agradecidos. Es la primera vez que piso Osaka y sin embargo he decidido que voy a pasar el layover en Kioto, una de las ciudades más bellas de Japón y del mundo. Además, está cerca, qué son 50 kilómetros cuando he volado más de 12000. Rehago mi equipaje y me despido de una habitación de hotel como el que dice adiós asomando la cabeza por la ventanilla mientras agita un pañuelo blanco desde el tren en 1920. Ya sabéis que lo mío con las habitaciones de hotel es amor.
Para muchos occidentales la ciudad de Kioto es conocida por el famoso acuerdo sobre el cambio climático y la contaminación atmosférica que firmaron las grandes potencias en el 97, pero Kioto es mucho más que eso. El Emperador Kanmu trasladó hasta aquí su corte imperial huyendo de la influencia de los monasterios budistas surgidos en torno a Nara. La corte permaneció aquí durante más de 1000 años. Tiempo suficiente para construir un gran número de templos, santuarios y palacios y encumbrarla a la categoría de obra de arte. Kioto rezuma historia y belleza a partes iguales. Aquí se han rodado películas tan célebres como Memorias de una Geisha o El último samurái. Me adentro en una ciudad a la que aún sin conocer sé que querré volver siempre.
Ready, Steady and Go! Arrancamos layover en Kioto
Día uno
FIRST STOP
El primer destino de mi layover en Kioto es un pequeño hotel muy acogedor que he encontrado en el centro de la ciudad. Tras la reverencia y el check in me piden que me descalce. Lo hago y les devuelvo la reverencia. Repiten la reverencia. Respondo a la reverencia. Repiten la reverencia otra vez. La devuelvo de nuevo. Pasados unos segundos y tras una tímida sonrisa, que me demuestra lo poco que sé de sus costumbres, la señora me conduce a mi habitación. Es pequeña y sencilla. Tan sólo tiene un futón, una barra para colgar la ropa y una ventana, pero qué ventana…Estoy en pleno barrio de Gion y puedo ver tras el río el templo de Kiyomizu-Dera y el santuario de Heian. Muy cerquita, aunque no lo vislumbro, está Bishamondo. Aún es pronto pero el maravilloso aroma que viene de la calle me recuerda que es la hora de comer, mi hora preferida del día sin ninguna duda.
Me acerco al Mercado de Nishiki, que además está junto a mi hotel. Es un lugar abarrotado por miles de pequeños puestos de comida, productos frescos y artículos varios. Me paro en el primero en el que puedo sentarme, mi espalda lo necesita. Elijo sashimi de pulpo, atún y salmón, mi favorito. Añado unos calamares fritos y pruebo algo llamado sasa kamaboko. Me dicen que está hecho a base de una pasta de pescado, no suena apetitoso pero en este layover en Kioto hemos venido a jugar.
SECOND STOP
Mi siguiente parada es el Castillo Nijo, antigua residencia de la familia Tokugawa. Christopher Nolan se inspiró en este lugar para crear la residencia de Watanabe en su película Origen. Un lugar decorado con paneles dorados sobre los que hay pintadas escenas de paisajes japoneses y hermosas aves. El castillo también cuenta con suelos de ruiseñor. Una delicada medida de seguridad utilizada para alertar de la entrada de extraños. Cualquier cosa que toque el suelo suena. Evidentemente no pudieron rodar aquí. La fragilidad del lugar no es compatible con la de un equipo de rodaje. Salgo del castillo fascinado.
THIRD STOP
Tras un trayecto en autobús llego a la segunda parada de mi layover en Kioto, el famoso templo dorado Kinkakuji. Hoy día es una de las imágenes más icónicas de todo Japón. Durante mucho tiempo se utilizó como templo zen. A día de hoy el templo guarda las reliquias de Buda. Quizá va a sonar muy obvio pero de este lugar destacan sus paredes exteriores, concretamente las dos últimas plantas que están pintadas con pan de oro. En el segundo piso además vivieron samuráis. Pero sin duda, lo que más llama la atención de este lugar es el Espejo de Agua, Kyoko-chi Pond. Un estanque lleno de pequeñas islas, piedras y pinos en el que se refleja la imagen dorada del templo. La suma de todo ello consigue recrear capítulos del budismo japonés. Es impresionante. Para este layover en Kioto no me da tiempo pero a pocos metros se encuentra Ryōan-ji, el más conocido jardín de rocas del país y uno de los lugares donde el otoño es más bonito gracias a sus colores rojizos que tiñen el paisaje. Cuentan que la belleza de este lugar reside principalmente en la armonía y la paz que se consiguen de la reflexión y meditación sobre el “sermón en piedra” del jardín.
LAST STOP
Cojo un taxi y pongo rumbo a mi siguiente destino de este layover en Kioto, Arashiyama. Los japoneses aconsejan pasar el día entero porque hay muchos lugares que ver en él y se pueden realizar múltiples actividades como senderismo, ciclismo o remo. Yo me conformo con pasear por su bosque de bambú y disfrutar de un té matcha. Conformarse en un sitio así adquiere otro nivel, ¿verdad? Acabo mi día en un restaurante familiar disfrutando de un delicioso plato de udon con marisco y unas bolitas de takoyaki obsequio de la casa y gran descubrimiento culinario. Están hechas a base de pulpo, otra de mis muchas debilidades gastronómicas.
Día dos
FIRST STOP
Con las primeras luces del día amanezco sobre mi futón y sin ese compañero inseparable llamado “dolor de espalda”. Comienzo con un súper desayuno y con el sabor del café aún en la boca emprendo mi aventura por Gion. Paseo entre calles estrechas articuladas como un tablero de ajedrez. Calles con casitas de madera y lámparas rojas. En la actualidad las tiendas de souvenirs han colonizado gran parte del barrio aunque aún quedan antiguas casas de geishas que han resistido al paso del tiempo. Las geishas son esas mujeres de rostro blanco que parecen emular una obra de arte en movimiento con sus abanicos o simplemente con su forma de servir el té. Ninguna nació para ser geisha, no era una elección, pero la corriente, de alguna forma, las arrastraba a ello. Siguiendo el olor del jazmín llego a una tienda preciosa en la que hay abanicos, pequeñas joyas y ropa. Elijo un kimono rojo para Alma. Una persona que aún no ha nacido pero estoy seguro de que algún día la vida le traerá hasta aquí.
SECOND STOP
Sin darme cuenta ya estoy en el santuario Heian-Jingu. Un lugar que se construyó para conmemorar el inicio y el final de Kioto como capital de Japón. Heian-Jingu es tan mágico, pintoresco y cinematográfico que sirvió como escenario de una de las escenas más poéticas de Memorias de una geisha. Mi última parada en este layover en Kioto es el santuario Fushimi Inari, un lugar dedicado al dios del arroz y los negocios, pero para los que no somos japoneses es más conocido por la emblemática imagen que dibujan sus cuatro kilómetros de recorrido acompañados por un sinfín de toriis rojos.
Me despido de una de las ciudades más exquisitas, delicadas y hermosas que he visto en mi vida con un “hasta pronto”. Una ciudad de una belleza tan sobrecogedora que Henry L.Stimson decidió salvarla del ataque atómico que Japón sufrió durante la Segunda Guerra Mundial. Si la vida no te lleva a Kioto que lo haga la corriente.
Que interesante conocer Kioto, con esta información uno se anima a ir
Muchas gracias Mariano, ojalá se pueda ir pronto 🙂
Precioso. Me dan ganas de ir, y eso que no es uno de mis destinos en mente
A riesgo de sonar un poco atrevida diría que es de los rincones más bonitos del planeta, casi seguro que te gustaría 😉