Madrid es mi casa, mi hogar y lo que me corre por las venas. Es el lugar en el que me reencuentro con mi familia y amigos de los de toda la vida. Es una ciudad en la que siempre me falta tiempo para hacer todas las cosas que quiero y ver gente, a pesar de que estiro el tiempo como un chicle. El layover en Madrid es posiblemente por lo que más lucho en el roster. Aterrizo y me recogen mis padres en el hotel. Nos alojamos en el Marriott Auditorium, que permítanme decirles, ofrece uno de los mejores bufets de desayuno que he visto en mi vida. Me ducho y salimos directos a comer.
Ready, Steady and Go!
First stop, experiencia gastronómica
Hoy hemos reservado en La Clave para disfrutar de un auténtico cocido madrileño. Y si tuviéramos algo más de tiempo, o la comida no fuera tan copiosa, tomaríamos antes un vermú. Hay mil sitios maravillosos porque el vermú es el clásico de la capital. Es como el zumo de naranja en Valencia, obligatorio. Recuerdo cuando era niño y acompañaba a mi abuelo tras la misa, ese tiempo perdido que va entre las 12 y la hora de comer. Tras conseguir el mejor pan de chapata y una docena de pastelitos en Viena Capellanes para la sobremesa me llevaba a la bodega del barrio. Para él pedía un vermú y para mí un Bitter Kas acompañado de una tapita de aceitunas. De esta manera era como si ambos bebiéramos lo mismo, me sentía su fiel escudero. A día de hoy todos los bares ofrecen vermú, se mantienen algunos clásicos como la Bodega de la Ardosa o la Taberna Ángel Sierra. Aunque también han abierto nuevos locales que ofrecen mil variedades entre los que destacan La Hora del Vermut, Vermutería Chipén o Gran Clavel.
Llegamos a La Clave, el aroma de este lugar es embriagador, es lo que los españoles decimos “huele que alimenta”. Este restaurante ofrece cocido en cuatro vuelcos. El primero es una croqueta de pringá que se hace con el tocino, el chorizo y la morcilla. El segundo vuelco es una sopa exquisita. El tercero son los garbanzos y el cuarto son las carnes. Vermú y cocido madrileño son ese tipo de experiencias gastronómicas que no pueden faltar alguna vez si alguien hace un layover en Madrid. Es un consejo que suelo dar a mis compañeros de tripulación. Tras el festín siento que resucito después de una noche entera volando, pero cinco minutos después el sueño vuelve a mi. Necesito un café y estirar las piernas.
Second stop
En este layover en Madrid vamos a cumplir uno de los sueños de mi padre: pilotar un fórmula en el Circuito del Jarama. Mi padre, Mariano, es un apasionado de este deporte y jamás se ha perdido una carrera. Lo único que lamenta es que ni mis hermanos ni yo hayamos heredado esta afición, nos decantamos por el fútbol. Comienza la aventura. Confieso que estamos un poco nerviosos. Mi madre porque vaya demasiado deprisa y pase algo, mi padre porque no termina de creérselo y yo por hacer bien las fotos que con el tiempo se convertirán en recuerdos. Quizá es una tontería pero la última vez que estuve en Madrid nos dimos cuenta de que la cámara de mi padre incluía un filtro especial que hacía que salieran borrosas. Dicho filtro resultó ser el plástico protector que cubierto con la funda pasaba inadvertido. Desenmascarar este expediente-x después de varios años fue divertidísimo.
Acompañado de un piloto profesional vemos a mi padre acercarse. Lleva un mono rojo, el casco bajo el brazo y una sonrisa infinita, parece un niño. Ya está preparado para correr en el fórmula. Desde las gradas mi madre y yo estamos con la risa nerviosa y a falta de pipas comenzamos a mordernos las uñas. Puesto el casco y subidos los guantes Mariano empieza a pilotar. Las primeras curvas a ritmo de tortuga. Hay que sentir cómo los neumáticos se adhieren a la pista. Luego ha ido cogiendo algo de confianza y por un momento hemos pensado que iba a derrapar, han debido de ser los efectos especiales de los nervios. La experiencia no dura mucho tiempo pero el chat familiar está que arde. Mis hermanos, Jaime desde Londres y Juan desde Nueva Zelanda, están viviendo el momento con la misma intensidad que nosotros. Acaba la experiencia y corremos a hacerle unas fotos antes de que tenga que dejar el coche. Sabemos que este día no lo va a olvidar nunca, permanecerá enmarcado en su retina.
Last stop
Regresamos a la ciudad y me despido de mis padres. He quedado para cerrar mi layover en Madrid con mi amigo Óscar en el Círculo de Bellas Artes. A Óscar le conozco desde que íbamos al cole y es uno de mis mejores amigos. Desde hace varios años vive en África así que cuando coincidimos en casa hacemos carambolas para vernos. No importa el cansancio, siempre hay tiempo para compartir unas tapas y viejas batallitas. La azotea es uno de esos lugares que suelo recomendar a mis compañeros de layover porque ofrece vistas privilegiadas. Gran Vía, Cibeles, el Retiro, Atocha, los tejados que Carmen Maura saltaba en la película La Comunidad y mucho más. Unos brindis más tardes me despido de mi amigo y pongo rumbo al hotel. Cuando despierte por la mañana abandonaré lo que considero mi casa, mi Madrid, pero sé que soy afortunado porque siempre vuelvo a ella.
*Este layover fue reescrito cuando Mariano dio positivo en Covid y vi en la ficción la única forma de reencuentro. Los hechos que aquí se relatan son una antesala de lo que esperamos que ocurra muy pronto.
Jajaja, es un sueño como en los Serrano!
Jaja es verdad!!
A ver si la experiencia del Formula sale bien, y no has puesto que eres de los pocos Madrileños que te pones la Parpusa
Uy, la parpusa!! Siempre trato de eliminar ese elemento pero para el próximo Layover en Madrid habrá parpusa jaja. La experiencia del fórmula saldrá bien, confía. Hasta entonces habrá que disfrutar del robado que te han hecho 😉