Es casi imposible no caer rendido a los pies de la ciudad de Nueva York, hasta King Kong vio algo especial en ella. El común de los mortales solemos llegar a Nueva York por primera vez a través del cine de Woody Allen, de películas tan míticas como Desayuno con Diamantes o de series como Sex and the City o Friends. A ella multitud de artistas le han dedicado canciones, la de Sinatra, ese hombre de New Jersey, la más aclamada. La ciudad de Nueva York sabe que es una estrella comparable a cualquiera de las que pueblan la Vía Láctea, a diferencia de que ella es más famosa y querida, y eso a nuestros ojos la hace incluso más luminosa. Purpurina terrenal.
La primera vez
Nunca olvidaré el día que pisé Nueva York. Aterrizamos en el JFK tras catorce horas de vuelo. Una carrera con la Tierra a unos ochocientos cincuenta kilómetros por hora. Casi ocho veces más rápidos que ella. Ya en el aeropuerto me sentí dentro de una película. Ante nosotros caminaban los míticos policías con culo de mesa camilla y rosquilla en mano. Recogidas las maletas pusimos rumbo a nuestro hotel, el Luxe Life Hotel, en Broadway. La antigua sede de la revista Life reconvertida en un hotel exquisito. Un edificio histórico en pleno NoMad con habitaciones con estética neoyorquina. Un tributo a la combinación del blanco y negro muy sofisticada. Sin embargo, no creí estar en la ciudad hasta que puse los pies en la Quinta Avenida y, siguiendo el perfume del café y los centelleantes carteles que hacían de miguitas de pan, posé mis manos sobre el escaparate de Tiffany’s. Entonces el sueño se hizo realidad.
Nueva York para todos los sentidos
Nueva York es multisensorial y sinestésica. Es una explosión para todos los sentidos que aturdidos entre olores deliciosos y no tan deliciosos, colores, el incesante ruido del tráfico, la música de artistas callejeros y el sentimiento de hormiga entre rascacielos se funden y confunden. Nueva York huele a hamburguesa, café y Coca Cola. También a alcantarilla, basura y mendicidad en las esquinas. En ella sobreviven hasta fusionarse estilos arquitectónicos contrariados pero que la historia ha hecho que fuesen de la mano. Que no existieran el uno sin el otro. No es de extrañar ver una calle de modernos y acristalados rascacielos solapada a una de edificios de cuatro plantas de ladrillos rojos y escaleras de incendio con viejas fábricas convertidas en tiendas súper chic y restaurantes de lujo.
Amor de vértigo
Quizá lo que más llama la atención de esta ciudad es que parece que fue diseñada para presenciarla desde las alturas. No te puedes ir de ella sin subir a uno de sus miradores clásicos como el del Empire State o el Top of the Rock del Rockefeller Center. Un rascacielos art decó diseñado por Raymond Hood en el corazón de Manhattan e inspirado en el Daily News de Superman. Un lugar perfecto no sólo para contemplar Manhattan sino en el que además el Empire State se convierte en protagonista absoluto. Poco a poco la ciudad ha ido sumando nuevos roof tops como Edge, 230 Fifth, Sky Room o el Marriott Marquis ubicado en pleno Times Square. El único hotel de Nueva York que puede presumir de tener un bar y restaurante giratorio ofreciendo vistas 360º.
Un paseo con palomitas
Callejear por los barrios neoyorquinos tras los pasos de tus personajes preferidos es otro gran placer. En nuestro viaje nos adentramos en el Soho buscando el apartamento de Ghost. Más tarde fuimos al Greenwich Village, donde nos paramos en la esquina de las calle Groove con Bedford para ver el apartamento de nuestros queridos Friends. También llegamos a las populares escaleras de Carrie Bradshaw. Subimos al Upper East Side, y entre otros lugares vimos el supuesto high school de Serena van der Woodsen y Blair Waldorf. En el barrio de Little Italy buscamos los últimos rastros del Padrino y sus secuaces. Tampoco nos perdimos la cochera de los Ghostbusters en Tribeca. Y caminamos por los piers buscando el muelle de Splash entre otras muchas paradas. Hicimos un viaje muy cinematográfico. Coger mesa en Katz´s y simular un orgasmo a lo Meg Ryan fue imposible, pero lo intentamos.
Y por supuesto
Disfrutar de sus museos, recorrer Central Park o atravesar el Puente de Brooklyn son otros de los encantos incuestionables que ofrece Nueva York. Lo mejor es hacerlo sin prisas. Deleitarse del sinfín de imitadores de Lennon en Strawberry Field. Sentarse a contemplar las vistas junto al lago Jackie Onassis. Llegar hasta Harlem para ver la Universidad de Columbia y las canchas de baloncesto. Espectáculo de barrio del bueno. Y por supuesto, ver el atardecer desde el Puente de Brooklyn, pero primero piérdete en Dumbo. A Brooklyn puedes llegar en ferry y hacer una reverencia a la Estatua de la Libertad, donde además siempre hay helicópteros sobrevolando la zona. La aventura está asegurada. En la experiencia turística neoyorquina tampoco pueden faltar: ir a un musical de Broadway, sentarte en las escaleras de la Bolsa en Wall Street mientras ves a un montón de yuppies trajeados o enloquecer con el efecto discoteca de Times Square. Feel New York City!
Loving New York!
Woody Allen mostró el espíritu de Nueva York a través de sus películas y esas gafas negras de pasta tan contrarias a la estética de L.A. Una montaña rusa emocional, estrés, café americano en todas partes, ironía y fiestas intelectuales en Annie Hall y tantos otros filmes del director. Pero sobre todo, se declaró un enamorado incondicional de la ciudad. “No hay día que no me acuerde y piense en ella, forma parte de mí”.
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