
Siempre hay una excusa para viajar a Londres, sortear paraguas y reencontrarse con esa gente mezcla de lo cool, lo vintage y lo clásico. En mis devaneos mentales hay dos tipos de Homo sapiens londinense, el que comienza el día desayunando un breakfast martini, inventazo del bartender Salvatore Calabrese para el Library Bar del hotel The Lanesborough en el que se combinan ginebra, mermelada de naranja amarga, Cointreau y zumo de limón, y el que se decanta por el té, ya sea a granel o en bolsita. Se estima que en Reino Unido se consumen hasta cien millones de tazas de té al día. La escritora Hannah Jane Parkinson declaraba en uno de sus artículos que si el 70% de la superficie terrestre era agua, el 70% de su cuerpo era té, «ponme un gotero lleno hasta arriba y dudo que note la diferencia». La bebida, originaria de China y popularizada en Reino Unido gracias a las costumbres de la portuguesa Catalina de Braganza, primero se utilizó como parte de la medicina oriental y fue durante siglos un conocimiento exclusivo de la cultura china. Los taoístas llegaron a plantearse la posibilidad de que la infusión estuviese relacionada con la inmortalidad, mientras que los budistas la consumían para mantener la mente activa y clara durante las horas de meditación. En la actualidad hay estudios que aseguran que su consumo reduce el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares alargando así la vida. Ya sea por sus propiedades antioxidantes o el ritual que hay en torno a su consumo, el té es casi una filosofía que nos hace entrar en calor, disfrutar del presente a sorbitos y sucumbir al influjo de su aromaterapia. Uno de esos placeres cotidianos al alcance de todos los bolsillos igual que el bienestar que produce oler las sábanas limpias, sentarse junto a la ventana o la riqueza cromática que se desprende de un campo en primavera. Entre los tipos de té y sus muchas variedades (infinitas) en Londres sienten especial debilidad por el English Breakfast, creación escocesa a base de varios tipos de té negro que la reina Victoria disfrutaba durante sus visitas a Balmoral y promovió el hábito a Inglaterra alzándolo a la categoría de símbolo, y mi favorito, el Earl Grey, que es la sagrada unión del té negro y la esencia de bergamota, fruto de la región italiana de Calabria que embriaga los sentidos hasta apoderarse de ellos. Doy fe.
Origen del Earl Grey
En torno al origen del Earl Grey hay diversas leyendas de lo más rocambolescas. Teniendo en cuenta que descubrimientos de la talla de la teoría de la gravedad, el velcro, la penicilina, el microondas o el Chupa Chups han surgido de la manera más casual el del el Earl Grey no puede ir muy desencaminado. Eso sí, todas las historias que se cuentan giran alrededor de la figura de Charles Grey, segundo conde de Grey y primer ministro británico entre los años 1830 y 1834, de cuyas hazañas sobresalen la modernización del sistema electoral británico y el asentamiento de las bases de la democracia parlamentaria. Un inglés de renombre que ha pasado al imaginario colectivo como gran amante de este té, dándole título. Una de las hipótesis más fantasiosas sugiere que el nacimiento del té Earl Grey fue durante un viaje marítimo desde China a Inglaterra. Las virulentas olas provocadas por la tormenta golpearon el navío con tan buen tino que los cargamentos de té negro y bergamota se fundieron en uno. Otra creencia apunta que fue un amigo del conde quien añadió esencia de bergamota a las aguas que bebía para suavizar su dureza, con media infusión hecha ya solo faltaba que fuese el momento del té para gritar ¡eureka! La versión con más puntos de ganar sostiene que fue un regalo diplomático ideado personalmente para Charles Grey por parte de un mandarín chino como agradecimiento. Hasta ahí es la hipótesis más coherente, el problema aparece cuando explica que dicho agradecimiento fue a causa de que el conde salvara al hijo del mandarín de morir ahogado. No tuvo en cuenta el fabulador de esta mentirijilla que Charles Grey nunca pisó China. Sea como sea, lo que sí es cierto es que tras recibir la mezcla quedó prendado de ella, acostumbró al paladar a su degustación y en el momento en que comenzó a escasear la miscelánea tuvo que pedir a los fabricantes británicos que encontraran una receta que replicase el sabor.
Todos hemos viajado a Londres
La gastronomía es un boarding pass con rumbo al paladar que nos desmigaja la esencia cultural de un destino a través de un abanico de sabores, ingredientes y costumbres culinarias de las que llenan el alma. Una experiencia multisensorial que nos conecta con la historia del lugar. Por eso sabemos que en la cocina portuguesa se come bacalao desde que comercializaran sal con los vikingos o que el té llegó a Reino Unido como consecuencia de las rutas comerciales marítimas que la Compañía Británica establecía con las Indias Orientales. Podríamos incluso decir que a través del plato, un cóctel o una taza de té nos asomamos a un capítulo de su vida. Todavía se me hace la boca agua con la gesta culinaria de Franz Sacher. Lo cierto es que todos nosotros hemos viajado a Londres de diversas de formas. Libros, películas, música y personajes que conocemos al dedillo. Sherlock Holmes y su inseparable Watson nos condujeron por esa atmósfera cargada de niebla y tensión mientras perseguían a un sospechoso en Regent´s Park o en cualquier otro sitio. El andén 9 y ¾ de la estación King´s Cross directo a Hogwarts, donde a golpe de varita y conjuro la magia se hace realidad. Y qué me decís del sonido rockero de los Rolling Stones y la osadía de Queen, una declaración de intenciones que les ha dado un puesto de honor en la historia de la música y nos canturrea un Londres rebelde, crudo y enérgico. Oliver Twist también nos ha llevado de paseo por la capital mostrándonos el entramado de callejones oscuros y sombríos situados al este de Clerkenwell en los que el peligro acechaba en cada esquina y, como buen narrador, Charles Dickens impartía justicia al final del libro. Paso firme en Tower Bridge con una orgullosa y feliz Bridget Jones y un poco de polvo de hadas y fe para sobrevolar el Big Ben con Peter Pan y Campanilla. ¡Solo hay que creer! Hemos entrado en Buckingham con The Crown y conocido el lado más triste de la monarquía un fatídico 31 de agosto de 1997, cuando dijimos adiós a la Reina de Corazones. Pero regresemos a ese Londres desenfadado, el hogar de William Thacker, quien describió Notting Hill como una aldea dentro de Londres: «Hay mercado todos los días con productos de todas partes, del salón de tatuajes sale un borracho preguntándose quién sería Ken. Hay peluquerías extremistas que convierten a todos en el cookie monster… aunque no quieran. Y de repente, el fin de semana aparecen quioscos por Portobello Road hasta Notting Hill Gate y salen miles de personas a comprar antigüedades, algunas legítimas, y otras… no tan legítimas». Es imposible no enamorarse de un lugar así.

«Tea, Earl Grey, hot»
El té Earl Grey es un viaje al corazón de Reino Unido, un placer cotidiano para combatir o hacer un paréntesis en un mundo mucho más rocambolesco que el origen de dicho té. En las notas cítricas de la bergamota reside la clave de su éxito. Un toque floral y afrutado con reminiscencias a la naranja o el limón, que en el cielo de la boca equilibra la intensidad del té ofreciendo una experiencia fresca y sofisticada. Un cobijo para el alma frente al ruido que se resguarda y tonifica abrazando la taza caliente. En la filosofía del té se encapsula un significado profundo sobre la vida, la naturaleza y la forma de relacionarnos. Una invitación al sosiego y la introspección que venera la belleza de lo sencillo y pone en valor el tiempo presente. La tradición británica hace especial hincapié en la elegancia, la hospitalidad y la cortesía, es un ritual social que une a las personas y fomenta la conversación. A un lado y otro del mundo coinciden en sus beneficios para la salud, la reducción de la ansiedad y la depresión y el fortalecimiento del sistema inmunológico. Propiedades provechosas incluso para Jean-Luc Picard, capitán de Star Trek: The Next Generation que demandaba «tea, Earl Grey, hot» en momentos en los que necesitaba calma o concentración a bordo de la USS Enterprise, o el mismísimo Batman, que tenía la suerte de contar con un servicial Alfred Pennyworth que enviaba Earl Grey a todas las casas que el superhéroe podía visitar. En el ideograma chino de la palabra té se recoge su hermoso punto de partida; en la experiencia compartida, el verdadero viaje que nos hace cruzar fronteras rozando la fantasía. Todo empieza en el desayuno al abrazo de una taza de Earl Grey.
Que curioso la historia del Earl Grey, que ignorancia con los tés.
Eso es lo bueno de este blog, que de vez en cuando desvelo curiosidades. Muchas gracias por tu lectura y tu comentario, Mariano 🙂
Sin haber visitado Londres en persona, con tu historia es como estar allí 🤗
Me alegro mucho Rosa, a través del artículo hemos viajado juntas a Londres 🙂