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Ámsterdam y la flor que sostuvo al pueblo

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Canales de Ámsterdam. Clara Colorín Colorado. Blog Psicogeografías
Gélida mañana en Ámsterdam

Amanece lento bajo el edredón, sin prisa y con pereza. Sumidos en la indolencia de despertar en otras sábanas, en otra ciudad que hoy es Ámsterdam. La habitación es tan estrecha y pequeña que en su amplitud solo cabe la cama, las maletas a medio abrir y por fortuna una ventana. El olor del desayuno se enreda con el crepitar de la madera antigua. Suena el rumor de la vida unos pisos más abajo, en el comedor de la segunda planta han preparado una suculenta mesa sobre un mantel de flores y porcelana antigua. Tostadas de mantequilla aderezadas con virutas de chocolate (hagelslag), esponjosos pancakes (pannenkoeken), fruta de temporada y unas tazas de café recién hecho. Esa combinación de cafeína y dulces vitaminas es mi favorita para sacudir la pereza española.

Casas apretujadas en Ámsterdam. Clara Colorín Colorado. Blog Psicogeografías
Casas apretujadas

“Aquí el frío se siente a flote”

A primera hora de la mañana Ámsterdam tiene un toque aterciopelado y romántico. La bruma que emana de las oscuras aguas del canal se enmaraña con una luz tenue, iluminando con ligereza fachadas de casas apretujadas, como si en la ordenación urbanística hubieran vendido más tickets de la cuenta. Construidas con una leve angulación hacia adelante para evitar que al subir el mobiliario con la polea chocase contra la fachada, ahora parecen reverenciar al paso del tiempo. Solo algunos recuerdos son eternos. La capital neerlandesa, que nació como pueblo pesquero en el siglo XIII es hoy una de los rincones más abiertos, nostálgicos y coquetos de la vieja Europa. Ciudad líquida surcada por más de ciento sesenta canales en cuyos contornos se refleja su día a día. Bicicletas apiladas, tiendas de segunda mano, un barrio rojo y deliciosas cafeterías forman parte de una trayectoria íntima en la que hay barro, pilotes de madera y casas flotantes. Geografía urbana que nos incita a deambular, recargar nuestras pilas y enamorarnos de este refugio que conserva los últimos coletazos del invierno. Aquí el frío se siente a flote y embellece antes de que los bulbos de tulipán florezcan y broten en mil colores.

Bicicletas apiladas en Ámsterdam. Clara Colorín Colorado. Blog Psicogeografías
Bicicletas apiladas

Ámsterdam y la tulipomanía

En los remotos montes de Asia Central se encuentra el origen de estas flores. Los otomanos estaban tan prendados de su hermosura que además de usarlas para adornar la vestimenta de los sultanes decidieron expandir sus semillas hasta la península de Anatolia. Guardadas en sus alforjas atravesaron la estepa y las enigmáticas montañas que sostienen el cielo. Aunque el primer europeo en caer prendado fue el toledano Ibn Massal, que lo introdujo en Al Andalus entre los siglos XI y XII, fue al embajador y floricultor Ogier Ghislain a quien se le atribuye el éxito del bulbo en Europa en el siglo XVI. Ogier compartió la flor en los Jardines Imperiales de Viena, donde alcanzó una fuerte popularidad. En este edén conoció el botánico holandés Carolus Clusius al tulipán. Embriagado por sus colores y su delicadeza Carolus hizo una importante colección que decidió traer en su regreso patrio. Su cultivo en los terrenos ganados al mar hicieron brotar a los tulipanes a la velocidad de la pólvora. Fruto de un error (pulgón) nacieron las irrepetibles variedades multicolores que incrementaron su exotismo y desorbitaron su precio llegando a entrar en la bolsa de valores. Aún se conservan registros que muestran las disparatadas cifras que algunas de estas flores alcanzaron. Un bulbo de la tipología semper augustus, conocido por sus pétalos rayados, llegó a costar 6000 florines, el equivalente al precio de 24 toneladas de trigo. Jan Brueghel el Joven plasmó esta locura en su obra “Alegoría de la Tulipomanía”. Tras la fiebre especulativa llegó su correspondiente quiebra y con el tiempo la cordura. Pero al tulipán aún le quedaba carrete.

Bicicletas y canales en Ámsterdam. Clara Colorín Colorado. Blog Psicogeografías
Últimos coletazos del invierno

Símbolo de un país

En 1944 la flor volvió a convertirse en protagonista a orillas en la ciudad del río Ámstel. La inundación de las tierras agrícolas, el bloqueo alemán y la severidad con la que azotó ese invierno provocaron una hambruna jamás conocida en Europa. En ese momento se activaron los cerebros gastronómicos del país y de su creatividad germinó lo que sería pan para el alma y elixir para seguir latiendo. Recogieron el tulipán de sus campos convirtiéndolo en ingrediente de cocina. Con él hicieron la bebida de la mañana (sabía a nuez), lo bañaron en almíbar, sustituyó a la carne en la sopa e incluso relevó al trigo en la hogaza y las galletas. Las flores sostuvieron al pueblo. Forman parte de un presente de memoria, alimento y belleza. Son una promesa del porvenir que en el terciopelo de esta gélida mañana inunda el corazón de primavera. En los próximos días estallarán sus pétalos tiñendo de viveza el horizonte. El tulipán es el símbolo de un país que llena las tiendas de souvenirs pero también es un breve apunte de su historia. Un orgullo que llegó de tierras lejanas en humildes alforjas, una flor viajera que se sumó para combatir la tiranía.

8 comentarios en «Ámsterdam y la flor que sostuvo al pueblo»

  1. Jorge Álvarez-Campana Camiña

    Me han entrado ganas de comerme un bien filete de tulipán… azul, por ejemplo! Muy buen artículo, me ha encantado. Ahora solo falta conocer Ámsterdam en un día soleado y los campos de tulipanes en esplendor.

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