Todas las mañanas abro las ventanas de par en par, oxigenando la habitación con el aroma del amanecer. Fijo la mirada en el horizonte cargado de nubes y busco el sol que se pierde tras ellas. Luego, durante unos minutos, me dedico a observar el devenir de las nimbos tratando de pronosticar la meteorología. Conjuradas por los vientos del noroeste y el mar del que beben, se tornan plomizas sombreando la tierra. Cuando no pueden más se escancian sobre los pastos y los campos de maíz, humedeciendo las camelias, hasta desvanecerse en el cielo lentamente. Entonces el sol se hace fuerte y el firmamento azul celeste. La belleza de este mundo enmudece la mente de esta viajera que, sentada sobre la cama, vive su escena favorita: la naturaleza asturiana. A veces, cuatro estaciones en un mismo día.
La tierrina
Llegamos a la tierrina a través del túnel del Negrón. En época de altas temperaturas, un pasadizo mágico de más de cuatro kilómetros que comunica el Principado con León. Un istmo extraño que ayuda a que la meseta no pierda el norte. Asturias está marcada por un mar tan fiero como misterioso y un electrocardiograma montañoso. Más de doscientos osos viven aquí. El Nuberu, las Xanas y el Busgosu también. Cabos, ensenadas y viejos hórreos forman parte de la estructura de su paisaje. El sentimiento de comunidad en sus habitantes cala hondo. Buscando teitos Aureliano me ha dicho que “No podría vivir en otro sitio que no fuera este”. Si en el pasado de Puerto de Vega o Cudillero fue importante la caza de la ballena ahora lo son el surf y los atardeceres de sus acantilados en los que los protagonistas son los faros. Excusa turística por su arquitectura imposible, que se eleva en lo inhóspito, lo bravío y en la poética de la soledad. La tierrina además puede presumir de temperaturas amables, la calma del verde y una gastronomía poderosa que nos recuerda que el verano es mejor aquí, el resto del tiempo también.
El occidente de Asturias
Estoy en el occidente de Asturias, en una pequeña localidad que pertenece al concejo de Navia y no tiene más de cien habitantes. Navia es peculiar no sólo por el campeonato de natación que se festeja en su ría en el que David Meca ha sido una de sus estrellas, sino porque además puede presumir de tener más gente apuntada a atletismo que a fútbol. La irreductible resistencia asturiana frente al imperialismo del deporte rey. En esta zona la naturaleza no sigue dictados y el sentimiento de pertenencia es intenso. Se relacionan con familiaridad. El litoral cantábrico es hermoso y salvaje. Salpicado por abismos tallados por las embestidas del agua, los faros y los puertos pesqueros vertebran este paisaje abrupto y pintoresco en el que las despedidas a los marineros siguen formando parte de la tradición. Barcos que salen a faenar durante días y no siempre regresan. A pesar de los avanzados sistemas de navegación de las embarcaciones, el chorro incandescente de estas torres sigue ejerciendo de centinela para los tripulantes. Su estética y las historias que brotan de la imaginación son una excusa de peregrinación para locales y visitantes. De los ciento ochenta y siete faros activos que hay en España, diecisiete están en Asturias.
Faros
Mi favorito es el faro de Tapia de Casariego, el más occidental de Asturias. Un torreón construido en 1859, ampliado años más tarde y electrificado en 1944 con un encanto que desborda. Situado en la Isla de Tapia y unido al puerto por un espigón de 100 metros de longitud los días de tormenta parece que el mar lo engulle y que él sale a flote exhalando luz en un combate lleno de espuma. El del Cabo de San Agustín es el más moderno, ni siquiera se ideó una vivienda para el farero, desde el principio estuvo automatizado. El de Busto es pequeñito, nueve metros de alto. Uno de los caminos que conducen a él está arropado por maizales, la estampa parece un festejo previo a las palomitas. Si alzo en él la vista, además de gaviotas, puedo ver cormoranes sobrevolando la zona. En Luarca su faro se erige junto al cementerio y la capilla de la atalaya. Cuenta la historia que cuando no existía la torre los marineros prendían una luz en el campanario para que hiciera su función. En mis pensamientos más tremebundos imagino que por la noche los muertos custodian el faro para mantenerle despierto y evitar que su luz se extinga sumando nuevos inquilinos en el camposanto.
Una cetárea abandonada y olas perfectas
Muy próxima al faro de Tapia está la piscina salina. Una cetárea abandonada que ha conservado su foso, su muro de piedra y la plataforma sobre las rocas. La remodelación en 2010, por el arquitecto Jovino Martínez Sierra, la ha convertido en un lugar perfecto para nadar o saltar en bomba mientras escuchas la furia del Cantábrico. Pero la verdadera celebridad en la localidad es su playa. Hasta aquí llegaron los australianos Robert y Peter Gulley en el verano del 68. Buscando sus raíces se enamoraron de este enclave de olas perfectas. Quizá no dieron con sus orígenes europeos pero hallaron algo mejor: un futuro palpitante. En Tapia de Casariego encontraron un lugar de ensueño al que regresar verano tras verano. Los Gulley pusieron su granito de arena en un deporte que comenzaba a surgir en España. Con ellos nacieron las primeras escuelas, profesionales e incluso un campeonato internacional que este año ha celebrado su XXXI edición: el Goanna Pro.
La parte más sabrosa de la tierrina
Junto a los faros, el horizonte de surfistas deslizándose sobre las olas y los acantilados que recogen el Cantábrico uno de los componentes más importantes de este cardiograma asturiano es su gastronomía. El espacio de mayor celebración junto a nuestra familia asturiana en el que sentados a la mesa profundizamos en la parte más sabrosa de la tierrina y nos enseñan, entre otras cosas, que la sidra en el occidente no forma parte del día a día sino de las celebraciones o que el queso Gamoneu es mejor en pequeñas porciones y no en tarta. Lubina, bonito o cachopo son parte de las exquisiteces de estas vacaciones. A pesar de que en el restaurante La Marina de Puerto de Vega nos dicen que las jornadas del bonito ya han acabado en su menú figuran cuatro platos cuya base es este pescado. Nuestros ganadores son las albóndigas en salsa de tomate y el bonito al estilo la marina.
Cachopo y arroz con leche
Al Pozo de Güelita, en La Caridad, nos acercamos para hacer cata de cachopos. Dentro de su variedad elegimos el que obtuvo el máximo galardón regional en 2021. La receta de su éxito es sencilla. Carne de ternera asturiana (ganadería propia), queso lorán, una capa de finas lonchas de jamón de cerdo alimentado con castañas, queso vidiago y de nuevo un filete de ternera. El cachopo se corta como la mantequilla y el queso sale en cascada. De postre arroz con leche. Una de las creaciones culinarias más universales en la que Asturias saca nota. Leche de calidad, nata, mantequilla o manteca y una prolongadísima cocción convierten un postre, que se practica en nuestro país desde que los árabes introdujeran el arroz, en un manjar que merece la denominación de origen.
Si el paisaje nos construye, Asturias abraza y alumbra en la tempestad, mostrando el camino por si perdemos el norte. Una ensoñación que grita autenticidad y que nos dice que el tiempo se desmenuza mejor aquí. Una cocción lenta capaz de romper el grano de arroz. A esta vida sólo le podemos añadir canela. Llueve y luce el sol.
Que bonito texto y que bonito Asturias! Y que bonito el bonito!
Que maravilla de texto, que bonito lo cuentas y que fácil identificar todo. Me ha encantado!
Es muy difícil captar lo esencial de un territorio en unos pocos días de vacaciones y tú lo conseguiste en la costa del occidente asturiano. Y además lo expresas con un lenguaje precioso. ¡Enhorabuena Clara!
Que bonita descripción de Asturias en su parte occidental y de su rica gastronomía.
Con tu descripcion del cachopo de La Caridad,me da la sensacion q he engodado un par de kilos…
y los faros…las playas (eso no engorda,menos mal)