Jamás imaginé vivir la fotografía que ilustra este artículo y sin embargo soy yo: Colorado en Colorado, un cañonazo pictórico. Una redundancia llena de sentido que se enmarca en tierras rojizas, subraya la filosofía de los indios hopi y nace en las Montañas Rocosas, cuyas cumbres se mantienen cubiertas de nieve hasta mediados de verano cuando el calor se sale con la suya y nos deshiela. Quizá la imagen no sea la mejor de nuestro periplo americano, pero me gusta que protagonice esta entrada para abrazar un poco a la niña que fui. Una niña que se avergonzaba de la combinación del apellido con su nombre por las carcajadas que protagonizaba cada vez que pasaban lista en clase. Ahora los expertos me dicen que es muy comercial. En cualquier caso, insisto en que este artículo es esa búsqueda de pepitas de oro río arriba, a contracorriente. Una expedición febril y atómica para desentrañar la química que forma parte de una cadena de ADN con sobrenombre de estado americano y titula con sonoridad a uno de los ríos que surcan el planeta moldeando el paisaje de manera accidental. Cicatrices terrestres, heridas que identifican igual que las huellas dactilares y nos hablan de tiempos pretéritos, de crestas epidérmicas y valles líquidos, con un resultado final único, irrepetible y tan bello como loco. En La Poudre Pass, un pueblecito situado a 3100 metros de altitud en las Rocosas de Colorado nace uno de los ríos más importantes de América. En febrero de 2020 pusimos rumbo al Colorado.
Los Ángeles, meca del cine y multiverso de la buena estrella
Aterrizamos en Los Ángeles, sorprendentemente dominado por la corona española en la Edad Media, meca del cine y multiverso de la buena estrella en la actualidad. Sumidos en una mezcla de country, rock y punk recorremos en un Ford Thunderbird azul nácar esa máquina creadora de sueños que es Hollywood. Una mezcla de atrezzo, de zumos que prometen superpoderes y un final de película born in USA. Los atardeceres desde Santa Mónica no decepcionan. Cuando el sol se aproxima al ocaso se hunde en el cielo tiñéndolo de naranja con toques de fuego hasta adoptar poco a poco toda la gama del rosa y desvanecerse en el azul Pacífico con el vuelo de las gaviotas y los surfistas conquistando la cresta de las olas. El sonido del crepúsculo de lo inmortal como banda sonora. Un espectáculo digno de Oscar. Esa noche dormimos en Santa Clarita. Tras el jetlag despertamos en una de esas habitaciones de motel con suelo enmoquetado, una cama tamaño King Kong y una puerta que conduce a ninguna parte, y al mismo tiempo a todas. La precariedad, el capitalismo y la libertad, paradojas americanas. Lejos de discernir nuestra primera parada es Denny´s, donde disfrutamos de huevos, tortitas y refill infinito de café. Embriagados de azúcar y cafeína emprendemos un nuevo día.
Ruta 66
La Ruta 66 nos invita a explorar el genuino corazón de este gran país. Diners míticos, letreros poblando el cielo, avistamiento de ovnis y sombreros de cowboy. Diversidad paisajística y paisanajes a lo largo de una carretera que se construyó para conectar Chicago con Los Ángeles, el este con el salvaje oeste, atravesando ocho estados polvorientos. Hoy es un ejercicio de espeleología cinéfila, nostalgia e inspiración viajera. Pero en su entonces fue el eje vertebral de la logística, las comunicaciones y cómo no, de la historia de Estados Unidos. Alcanzada la fama durante la Gran Depresión mantuvo el pulso hasta la Segunda Guerra Mundial. Época en la que Steinbeck la denominó “Mother Road” en Las uvas de la ira. Por aquel entonces esta arteria se alimentaba de sangre fresca: jóvenes que acudían a filas. Comenzaba la guerra y Estados Unidos quería el papel de héroe en esta gran película. En la actualidad acoge una verdad todopoderosa, el cine nos hace soñar y por ello la recorremos lanzándonos a nuestros fotogramas preferidos. Kill Bill y la Calvary Baptist Church de Lancaster, escenario de la boda sangrienta más vengativa, con permiso de García Lorca. El entrañable Rayo McQueen y Radiator Spring (Peach Spring). Un guiño a la “Mother Road” y su devenir. O Twin Arrows y Forrest Gump, que atravesó el país corriendo cuatro veces mientras pensaba mucho en su mamá, en Bubba, en el Teniente Dan, pero por encima de todos en Jenny.
Río Colorado, una enseñanza al estilo Bruce Lee
Sea como sea comenzamos a adentrarnos en Arizona con sus tierras coloradas y mi corazón bombea rápido. Siento que el tiempo se para, quiero comerme el instante y que forme parte de mí para siempre, pero sobre todo ansío que la niña que fui se sienta en paz. Que comprenda que su apellido no es ridículo sino algo monumental que no cabe en los ojos. El Gran Cañón del Colorado es una brecha enorme desde la que se contemplan los abismos geológicos, es el destape de la historia terrestre. Una garganta excavada durante dos mil millones de años que debe su color sanguinolento al hierro que brotó del corazón del planeta. La fuerza del río y sus afluentes cortaron a capas las paredes de roca haciendo más profundo el lecho fluvial. El aumento del caudal apartó las paredes ensanchando el cañón mientras la Meseta del Colorado se erguía orgullosa. Es la demostración, una vez más, de que la naturaleza es indómita, vibrante, sorprendente. Enigmas de la geodinámica sin resolver. El río Colorado nace en las Montañas Rocosas, fluye hasta Grand Junction, se aposenta en los lagos Mohave y Powell y serpentea a lo largo de varios estados dejando un rastro de cañones inimaginables. En Horseshoe Bend se retuerce con pasión, gira hasta dibujar una pirouette inacabada. Baila, baila, baila. A su paso por Utah origina Canyonlands y Dead Horse Point con una coreografía arriesgada, dramática y hasta suicida, que se lo digan a Thelma y Louise. Pero fue la caída protagonizada por una manada de caballos la que dio título a este último cañón. Los equinos al sentirse atrapados y sin salida se precipitaron al vacío.
Nieve y “Far West” en el estado de Colorado
Si en 1858 la fiebre del oro llegó a Colorado, en 2020 las pepitas que buscábamos río arriba eran ese origen lleno de autenticidad “Far West”. En torno a la minería y gracias al ferrocarril nacieron pueblos como Durango, Silverton, Ouray y Ridgway. Allí se han rodado Valor de Ley y Dos hombres y un destino, entre otras. Arquitectura de Lucky Luck, territorio de leyendas “buenas, feas y malas” pero sobre todo, apasionantes, mientras en nuestra cabeza suena el silbido más mítico del cine. Es Curro Savoy interpretando temas de Ennio Morricone. El hombre que consiguió vivir del aire gracias al western. Hay vaqueros en los salones, camaradería brindando y mecedoras acunadas por el viento en algunos porches. En Ouray un grupo de ciervos ha conquistado el parque infantil. Y aunque hemos despertado bajo una tormenta de nieve que impide ver el horizonte con claridad, nos metemos en el Parque Nacional de San Juan hasta que la nieve nos llega por la cintura. El lago que indican las señales no lo vemos: reposa bajo una capa de hielo que esconde la nieve. Nos topamos con los monolitos del Monumento Nacional de Colorado que se impulsan contra el cielo, lo que no encontramos son los fósiles de dinosaurio. De nuestros primeros treinta minutos de metraje en la entrada de este febril estado no hablamos. El sheriff, el hombre esposado, la gente que se esconde o echa al suelo, la señora atada a una camilla, etc. Eso merece su propio guion. Ponemos rumbo a Las Vegas sabiendo que bajo el apellido Colorado nace un estado de película y un río que todo lo puede. Colorado, yo te llevo conmigo.
Vaya viajazo por Colorado and beyond.
Colorado, que te quiero Colorado
Colorado río, Colorado estado,
Colorado, que te quiero Colorado,
Colorado moño, Colorado…. de letras!
Guau! Me despierto con Colorado y me da fuerzas para el resto del día. Muy bonito
Impresionante sitio para visitar y muy bien documentado, muy acertado el dormir la primera noche en “Santa Clarita”