Aún recuerdo la primera vez que dormí en nuestro apartamento de Marina. Vivíamos a la altura 42 y era una noche tan ventosa que la fuerza con la que el aire empujaba zarandeaba el rascacielos poniendo a prueba la elasticidad de su estructura. Parecía una rama de bambú bamboleándose. Por defecto saltó la alarma de incendios y por curiosidad algunos vecinos asomaron la cabeza al rellano, regresando al interior de sus casas con esa preocupación propia de los lugares en los que no hay lazos ni se intercambian los buenos días en el ascensor. Esa noche todos los vuelos fueron cancelados. El cielo escupía rayos que se precipitaban sobre Dubái como raíces de otro planeta. A la naturaleza le había dado por mostrar su grandeza y la ventana, que ocupaba la pared entera de la habitación, ofrecía una escena dantesca de la que era imposible desconectar. Silbaba el viento por la goma gastada del marco, se iluminaba el skyline y aparecía el trueno pero ni gota de agua. Entonces los cristales comenzaron a cubrirse de un polvo muy fino. En el horizonte surgió una densa nube de polvo que poco a poco fue escondiendo los edificios hasta ocultar la ciudad completa. De alguna forma nos habíamos quedado ciegos. Es posible que algunas de las escenas que narra la ciencia ficción las haya presenciado en Dubái. Aquí voló el primer automóvil, lanzaron la primera misión a Marte y algún día se pilotarán naves espaciales con la misma facilidad con la que levantan edificios de estilo futurista o plantan lagos en mitad del desierto. Un día alguien tuvo una visión e imaginó Dubái.
Dubái, un puente que conecta el mundo
Durante mil años los habitantes de Dubái se dedicaron a la pesca y la búsqueda de perlas. La Gran Depresión del 29 y la invasión de perlas cultivadas pusieron del revés su economía haciendo a los Maktoum buscar nuevas ideas. Del ingenio y las ganas de hacer prosperar a un pueblo que se asentaba sobre suelo yermo nació un pensamiento brillante: convertir a Dubái en almacén de mercancías y puerto comercial libre de impuestos. Una labor de relaciones públicas sin precedentes con la que comenzó a sumar población extranjera e inició su internalización. El descubrimiento del petróleo y el nacimiento de los Emiratos Árabes Unidos propiciaron que el sector de la construcción, el transporte y el turismo dieran lugar a una de las metrópolis más desarrolladas, cosmopolitas y carismáticas del planeta. Un puente que conecta América, África, Europa, Asia y Oceanía. Edificios que atraviesan las nubes, islas artificiales que dibujan palmeras datileras e incluso representan el mundo. Un crisol de sabores capaz de despertar la ovación de los estómagos más exigentes. Restaurantes que nos enseñan qué es comer rico en cada país. Un enjambre de calles en Deira, Al Fahidi y Bastakiya que nos muestra su carácter árabe y comerciante a través de sus zocos de especias, telas y oro. Casas del color de la arena, torres de viento y celosías cubriendo sus ventanas. Secuencias geométricas y delicadas filigranas que evocan la belleza de la cultura árabe y nos recuerdan que hay parcelas de la vida que son tan íntimas como misteriosas. La ciudad imaginada por un niño que pasaba sus vacaciones en el desierto es hoy uno de los máximos representantes del mestizaje cultural. Un país abierto, un ejemplo a seguir para su vecina Arabia Saudí.
“Sobre las crestas y hondonadas de arena podía crecer la vida”
Justo en las áreas en las que el Sol pasa más tiempo encima y absorben más calor se concentran las zonas más áridas de la Tierra. Allí se originó lo que se conoce como el Cuarto Vacío. Venas de arena que pueden extenderse durante kilómetros y kilómetros de longitud mientras se combina con barchans, en forma de media luna, que adoptan el sentido que manda el viento. Esta región apartada de la mano de Dios, que es sinónimo de desolación y aislamiento, es a su vez lugar de devoción, contemplación y paz. Un retiro del mundo en el que el eje de lo absoluto convive con el infinito en toda su abundancia. Fue en las noches estrelladas, tras pasar las horas adiestrando halcones y diseccionando escorpiones cuando ese niño, que sería el futuro Jeque Mohammed bin Rashid Al Maktoum, comprendió que sobre las crestas y hondonadas de arena podía crecer la vida. Sólo había que encontrar el maná para revolucionar al desierto. De esa visión temprana nació la ciudad imaginada de Dubái. Torres de Babel que bailan al viento, canchas de tenis en helipuertos, noches calientes y una pista de esquí. Un océano de arena en el que las dunas se alcanzan siguiendo la senda invisible que empuja igual que las olas en alta mar. El viento es una gran lección que remodela a embestidas y es capaz de esculpir rascacielos a sotavento, un misterioso soplo de vida.
Me encanta como escribes.
Me encanta como lo describes
Muchas gracias Victoria 🙂
Muchas gracias por leerme 🙂
Una buenísima descripción de Dubái hoy día
Gracias Mariano, para mí era muy especial describir esta ciudad de una manera diferente <3
Qué bonito miras a Dubái, es una ciudad diferente vista a través de tus ojos. ¡Se echa de menos el barrio y el desierto!
Gracias Jorge. Sí que se echa de menos el barrio, el desierto y las mil y una noches
Me ha ENCANTADO o me HAS ENCANTADO con esa excelente hibridación entre lo misterioso, lo ficticio y lo real, con ese estilo con el que llevas a soñar , descubrir y pensar en Dubái.
Fantástico el ” in media res” en el que el viajero despierta como en un capítulo perdido y transformado a lo moderno de las Mil y una noches, y sin perder su fuerte y hipnotizador poder que amansa.
Qué suerte haber vivido aquella romántica noche tormentosa de vientos, que como perlas gigantes e invisibles golpeaban en tu ventana.
Quiero ir a Dubái.
A mí me ha encantado este mensaje tan bonito e inspirador, gasolina para seguir escribiendo y contar el mundo a mi manera. Gracias Juan Antonio 🙂