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En las burbujas del champagne

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Ilsa Lund y Rick Blaine bebiendo champagne en París.
Ilsa Lund y Rick Blaine en las burbujas del champagne.

Entró junto a su marido Victor Laszlo, escudada con su traje blanco de dos piezas, sus ondas al agua y mirada solemne. En la batalla del reencuentro, la fuerza con la que apretaba el bolso le aseguraba los pies a la tierra. La pareja, que huyendo de los nazis acababa de aterrizar en Marruecos, había reservado una mesa en el Café de Rick. Allí se reunían políticos de tendencias enfrentadas, la jetset de la ciudad de Casablanca y buscadores de salvoconductos que ni podían ser rescindidos ni investigados. Oro en tiempos de Vichy. Ni rastro de Rick, pero cuando Sam y ella se vieron sintieron cómo los últimos días en París volvían a inundarles. Ya en la mesa, Laszlo pidió dos Cointreau mientras le observaba la mitad del local y, en un diálogo de contraseñas, el que era uno de los líderes de la resistencia contra los fascistas acordó una reunión con un camarada. A continuación se acercó el Capitán Renault y, siguiendo uno de los mejores guiones de Hollywood, hizo la presentación de los amantes a pesar de que Rick aún no había entrado en escena. Ilsa Lund era la mujer más bella. Rick, el hombre del que enamorarse. Hipnotizada por el pasado, Ilsa pidió a Sam “As Time Goes By”. Presagiando la tempestad de melancolía, el pianista mintió tratando de proteger a Rick, pero cuando las primeras notas de la canción sonaron el amante acudió al campo de batalla. Otro país, otra ciudad, otras vidas pero el mismo amor que no se apaga. Ante la mirada del marido, en un lenguaje cargado con munición de doble sentido, resucitaron los besos y los suspiros. Era París en Casablanca, Mumm Cordon Rouge, una vieja historia, dos corazones que rebosaban pasión.

Museo del Louvre.

“Prohibido prohibir”

París es la metrópolis más rebelde y luminosa, capital de la moda y del amor libre, agitado y efervescente. La ciudad abrazada por el Sena ha sido refugio de artistas, Corte de los Milagros y cuna de la Ilustración. Sus majestuosos edificios del color gris miel de sus catacumbas y el dorado de la época del Rey Sol muestran un esplendor que parece no querer abandonarla. En busca de libertad, igualdad y fraternidad han rodado cabezas por sus calzadas y sus adoquines han sido utilizados como armas. “Prohibido prohibir” fue uno de los eslóganes de la Revolución de Mayo de 1968. Apenas quedan recovecos de la ciudad que cobijó a Jean Valjean, aún así el laberinto de calles estrechas y sombrías que tanto amaba Victor Hugo sobrevive en el barrio de El Marais. En un revoltijo de librerías, boutiques y cafeterías podemos encontrar la arbolada plaza de los Vosgos. El escritor francés residió en una de sus casas del siglo XVII. A tan solo siete minutos de aquí se halla la iglesia de Saint-Paul-Saint-Louis en la que se casaron Marius y Cosette. El explorador que se adentre en ella podrá ver además las pilas con forma de concha obsequiadas por Victor Hugo. Pero si lo que se busca es una sobredosis mayor de héroes atemporales, una buena opción podría ser el cementerio del Père-Lachaise. En él descansan Oscar Wilde, Moliere, Édith Piaf, Proust, Balzac y un siempre joven Jim Morrison con el título de poeta.

Jardines de las Tullerías.

Conmigo en París

Sucedió hace diez años con motivo de mi cumpleaños y desde entonces una parte de mí sigue allí, en las burbujas del champagne, sintiendo los ecos de un París evocador e impresionista. Cuando llegué era de noche y aunque me aconsejaron no salir yo tenía una cita inquebrantable con la ciudad. Debía decirle a la Torre Eiffel que había llegado. En mi trayecto hasta ella atravesé algunos de mis lugares favoritos como la Plaza Vendome y su Hotel Ritz, hogar de Coco Chanel durante treinta y cuatro años. Las pirámides del Louvre me sorprendieron vacías de turistas. Bajo el embrujo de una luna que se desdibujaba y cientos de farolas deambulé guiada por el Sena y el pálpito de saber que estaba en el lugar que debía estar: conmigo en París. Esa noche la ciudad me hizo el mejor regalo convirtiéndose en mi escenario. Yo elegía los encuadres, las composiciones para guardar en la retina e incluso los giros de guión. Debí pensar que sería buena idea que los parisinos que se cruzaban en mi camino me regalaran flores y así ocurrió. Como si no fuera suficiente pleitesía disfrutar de un París sin la muchedumbre ahora recibía flores. Estaba viviendo mi particular Midnight in Paris, pero sin los personajes gritones de Woody Allen.

Café des 2 Moulins, París
Una de mis mil “turistadas”, la celebración de mi cumpleaños en el mítico café de Amélie con un brunch.

Viajar sola

La ciudad de los enamorados fue mi primer viaje en solitario. Callejeé a mi aire entre los elegantes bulevares y las hileras de casas abuhardilladas que diseñó Haussmann. Comí lo que se me antojó sin mirar el reloj. Respiré CARON y entre otras mil “turistadas” me aventuré en el Palacio de la Ópera siguiendo la leyenda de su fantasma, ¿quién iba a imaginarse que en 1910 el Sena se desbordaría generando un lago subterráneo aquí? Cuando viajas sola puedes acampar en la terraza de un café, pedir el cóctel más rimbombante en la compañía de un croissant y tu falda de plumas, deleitarte con la silueta de los Inválidos al atardecer e incluso no conceder más de cinco minutos a la Gioconda. Demasiado bombo. Mi periplo no fue perfecto. Hubo infortunios y desaciertos, pero encontré mis propias armas para enfrentarme a ellos. Superar los desafíos de la cara B de la libertad me hizo sentir poderosa. Viajar sola es un ejercicio de introspección sin más mapas que tu propia voz. A veces haces el ridículo y a veces te ríes porque sí pero la sensación es un orgasmo para el sistema límbico. Al igual que Ilsa y Rick, en las burbujas del champagne comprendí que siempre me quedaría París. Un salvoconducto cuando el mundo se derrumba. Una historia de amor propia que resonaría para insuflar fuerza y vida muchos años después. Degustar el placer a sorbitos, sentir el oleaje interno que, como si fuera un secreto, te insinúa que este amor es para siempre, el inicio de la más bonita amistad: viajar con una misma.  

6 comentarios en «En las burbujas del champagne»

  1. Que bonito todo lo que has escrito! Yo no me he atrevido nunca a viajar sola. He estado en tres ocasiones en París, la primera en familia, la segunda con 7 amigas, la tercera en un viaje organizado por agencia… Sin duda me quedo con mi viaje de amigas. Gracias por contar París de otra manera

  2. Jorge Álvarez-Campana Camiña

    Viajar, brindar con champán, bailar, amar, descubrir y reír en París, Casablanca o el cuarto de la plancha, pero contigo (misma).

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