Parada obligatoria en la Ruta de la Seda, enclave en el que se enredan Oriente y Occidente. Bañada por el Mar Negro y el azul lapislázuli que colorea su cielo, Georgia sigue siendo uno de los lugares más enigmáticos del planeta. Cuentan las leyendas que cuando Dios creó el Mundo se reservó esta parcela para él. Un salvoconducto al Olimpo a través de sus montañas, las más altas de Europa. Los georgianos, que entre copas y comilona habían llegado tarde celebrando la sublime belleza con la que Dios había construido la Tierra, se habían quedado fuera del reparto. Tras el enfado inicial, el Creador sintió compasión y después del festín al que le invitaron los georgianos decidió regalarles este pedacito del globo. Se habían ganado su corazón. Por eso Georgia es uno de los lugares más hermosos. Son muchos los mitos que conforman el país. Es aquí donde Jasón y los Argonautas encontraron el vellocino de oro o donde Zeus encadenó a Prometeo mientras un buitre le devoraba cada día. También ha servido de inspiración a escritores de la talla de Tolstoy, Pushkin o Alejandro Dumas. Tierra indómita y ancestral que invita a ser descubierta por aventureros y místicos. Pero sobre todo, un viaje para cambiar no de país sino de ideas.
Cáucasos, límite vertical
Cuna de montaraces bravíos, de diversos grupos étnicos y el origen de la mirada azul más emblemática de la historia del cine. Los ojos azules nacen aquí, una mutación genética con más de seis mil años a la que artistas como Paul Newman agradecerán siempre. La cordillera caucásica es la frontera natural con el gigante ruso y refugia al país georgiano como el cuello alto de un jersey níveo. Más de la mitad de sus montañas alcanzan los novecientos metros. Shkhara, Janga y Kazbek superan los cinco mil. Son tan elevadas y majestuosas que los griegos pensaban que eran uno de los pilares que sujetaban la Tierra. A ellas sólo acceden locos con sed de aventura, ganas infinitas de vivir y descubrir los vertiginosos confines del planeta. La estética exige botas de montaña, ropa térmica y ganas de desafío. A algo menos de tres mil metros ya se alcanza la magia porque en los Lagos de Koruldi el cielo se multiplica en el agua y el viento, que nunca ha dejado de correr, te empuja a volar. La experiencia es tan fuerte que si cierro los ojos en mi torreón del desierto puedo teletransportarme de nuevo allí, recordar las cumbres cubiertas de nieve como polvorones o Nevaditos de Reglero, y un frío que no hiela sino que inyecta vida. Un Kit Kat después toca bajar a la tierra.
Aldeas feudales
Zigzagueando a través de una carretera que parece no acabar nunca llegamos a la nepalí aldea de Stepantsminda, más conocida como Kazbegi por el célebre escritor natural de allí. Puertos de montaña y una fila infinita de camiones juegan a recrear un extraño ciempiés motorizado ocasionando un paisaje singular. El embudo de adelantamientos que se origina convierten el rezo continuo del Padre Nuestro en la mejor cadena de neumáticos. Adhesión espiritual sobre cuatro ruedas. Es la carretera militar georgiana. La belleza de la fortaleza de Ananuri y las espectaculares vistas a las profundidades del Cáucaso de Gudauri avisan de lo que está por llegar. Kilómetros de curvas después, cobijada entre montañas bañadas en nieve y nubes que circulan a sus anchas, aparece la Ermita de Guergueti. Orgullo no sólo de Stepantsminda sino de Georgia. Una ubicación en la que lo imposible y lo divino rivalizan. Un escalón menos a la casa del Creador. La imagen es sobrecogedora. Pero lo emocionante es subir a ella y sentir cómo el viento azota, la fuerza de la naturaleza. La región de Svanetia merece capítulo aparte y no por sus torres sino por la odisea que vivimos allí. Un derrumbamiento, once horas de carretera y chacha, mucho chacha. Fue nuestro “aquí hemos venido a jugar”.
El alma de Georgia
Pero por encima de las montañas y los monasterios inmemoriales si hay algo sagrado en Georgia es la gastronomía. El alma del país se saborea a la mesa. No hay mejor aroma que entrar a las siete en un restaurante como el Laila de Mestia. La estampa es un conglomerado de platos con ingredientes reconocibles y gente de allende que se siente como en casa. Tomate, granada, pan, cordero. Lugareños y turistas de California o la Conchinchina. Nuestro festín se iniciaba poco después de que cayese el sol, aunque Jorge comenzaba a salivar a las cuatro. Badrijani, khinkali, khachapuri, skhmeruli, ostri, ojakhuri, etc. La lista de opciones apetitosas era larga pero el que nunca faltaba en nuestro menú era el kharcho. Una deliciosa sopa a base de tomate, cebolla y ternera capaz de hacernos resucitar, de quitarnos el frío de los huesos. Después llegaba un sinnúmero de platillos, le faltaban centímetros a la mesa. Un banquete de influencer bajo la dignidad del comecocos y todo a un precio irrisorio. “Comi-cenábamos” como un marqués por un precio más que económico. El Laila elevaba nuestro espíritu al cielo. En sus platos se mezclaba la cocina tradicional asiática y europea en la que no falta el vino, ya que fue en Georgia donde se inventó hace unos siete mil años. Con la barriguita llena de recordarlo sólo puedo añadir un poco de chacha. Renacer y volver al abrigo de los Cáucasos. Evaporarme en el viento y… chacha-chá! De quién iba a ser si no la culpa.
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Letra pequeña
Antiguas culturas tenían la creencia de que los seres divinos vivían en el cielo o sobre él, convirtiendo las montañas en la antesala, en el lugar en el que se mezclaban lo humano y lo divino. La religión cristiana sostiene que cuando Dios creó el Mundo depositó en ellas y en los lugares elevados una huella de su grandeza y gloria. Desde el Antiguo Testamento son muchos los acontecimientos sobrehumanos que se han sucedido en las montañas como por ejemplo la conversación en el Monte Sinaí de Dios con Moisés. Si a la idea inicial le añadimos el esfuerzo que supone alcanzar las cimas y el sobrecogimiento de sus vistas ya tenemos todos los ingredientes que explican la construcción de templos en las alturas. Esto también explica la altura de las catedrales.
El chacha es un destilado de uva típico de Georgia. Más información pinchando aquí.
Restaurantes georgianos en España según recomendaciones del Comidista.
Brindo con chacha por esta magnífica psicogeografía! Habría que volver a respirar ese aire montañoso y comer tan rico.
Ojalá pudiéramos volver no sólo a Georgia sino a tantos otros sitios…Gracias Jorgetis!
Que bonito lo has contado. No veo fácil que podamos viajar a Georgia pero me conformaré con soñarlo a través de tus fotos y a lo mejor algún día podemos ir a un restaurante georgiano a probar esas esquisiteces
Muchas gracias Boto. El restaurante georgiano siempre es buena opción, es otra forma de viajar 🙂
Que bonito lugar y relato Clara! Habrá que apuntarlo a los lugares por visitar!
Si lo que buscas es naturaleza te aseguro que no decepciona. Muchas gracias Saray!! 🙂
Me ha encantado tu relato del viaje a Georgia, las fotos y habrá que probar la comida
Gracias Mariano!!! Seguro que en Madrid podemos encontrar algún georgiano o incluso practicar el kharcho en casa 🙂