
Al sur de la península balcánica, bañada por los mares Jónico y Egeo se encuentra Grecia, un territorio de epopeyas y cantos de sirena. El país que Alejandro Magno unificó es la semilla de la civilización occidental y el ARN de nuestra fantasía. Sus mitos y leyendas sirvieron para explicar las contradicciones y pasiones humanas, el mundo e incluso el universo originando las raíces que sostienen y alimentan la narrativa fantástica. En su necesidad de comprender cuanto les rodeaba imaginaron monstruos, dioses con pasiones humanas, héroes que se enfrentaban a desafíos sobrenaturales y viajes imposibles. El país helénico es también la cuna de la filosofía, las ciencias, el teatro, la arquitectura y la democracia. Fue aquí donde los hombres alzaron su voz por primera vez para tomar decisiones políticas de la envergadura de la instauración del ostracismo o la concesión de la ciudadanía a extranjeros. En el norte del país se aposenta la llanura de Tesalia donde un paisaje de torreones rocosos se elevan igual que si flotaran en el aire sobrevolando los campos de cultivo. La guinda a esta singular belleza la pone el área de Meteora en la que ermitas y monasterios han sido construidos en las cumbres de peñascos imposibles, cuanto más alto y apartado más próximo a Dios y más alejado de las tentaciones humanas. Al oeste, el Peloponeso, un tentáculo balcanico en el que playas y montañas se combinan con el nacimiento de los Juegos Olímpicos y la valentía de Esparta. En el sur y al este de Grecia hay un desparrame de islas, seis mil ínsulas de pura lindeza, algunas vírgenes e inhabitadas. Las islas deben su personalidad al archipiélago al que pertenecen pero todas vienen marcadas por la atmósfera mediterránea del olivo, la intensidad del sol que dora y pinta de plata sus rocas calizas y el mar azul que acaricia sus costas. Se respira la fragancia del pino, la sal marina y las hierbas silvestres. Una de estas aromáticas islas es Cefalonia: la antigua Ítaca y patria de Ulises, destacado héroe de la literatura que luchó en tiempos de Héctor y Aquiles y nos demuestra que nunca debemos perder la esperanza.
Barrios de Atenas
Aterrizar en la capital griega fue emocionante, por delante tenía cinco días para empaparme de historia y hurgar en mis recuerdos de cultura clásica. Al viajar sola visioné la ciudad igual que un mapa de coordenadas. La Acrópolis y la Plaza de Syntagma serían mi norte y mi sur, dos constantes en mis recorridos que ayudarían a guiarme y planificar mis rutas por los distintos barrios sin sentirme perdida. La Acrópolis junto al Ágora antigua fueron los espacios que nutrieron de oxígeno, ideas y valores a Atenas, era inevitable que se convirtieran en el núcleo en torno al que crecer. En sus proximidades surgió el barrio de Plaka de arquitectura neoclásica y calles estrechas donde las flores de las plantas trepadoras decoran el cielo de mil tonalidades y el despliegue de hospitalidad hace que los turistas nos sintamos mejor que en casa. A continuación se originó Monastiraki, que refleja el influjo otomano y es popular por sus mezquitas y la vida que suscitan sus mercadillos con artículos de todo tipo. Ligado a él está Thissio, en el que los puestos de artesanía se funden con unas excelentes vistas a la Acrópolis que nos sumergen a los más soñadores en los tiempos de la Grecia clásica. Solo nos falta vestir la toga y sujetar el cabello con hojas de laurel. En la ladera noreste de la Acrópolis afloró el barrio de Anafiotika, con sus características casas pequeñas de estilo cicládico: paredes encaladas y detalles teñidos de azul u otros colores vibrantes donde las hojas de la buganvilla y demás plantas potencian la alegría popular que se desprende de su empinado callejero. Algo más apartado, al pie del monte Licabeto, brotó el distinguido y refinado distrito de Kolonaki en el que se aúnan galerías de arte, restaurantes chic, boutiques, museos y cafeterías donde disfrutar de la vida diurna y degustar la cultura del café con una de las mejores vistas de Atenas. La plaza de Syntagma es el punto de encuentro entre el centro histórico y los barrios más actuales. El músculo que bombea modernidad y es estandarte de la vida cívica ateniense del siglo XXI. Escenario de los principales acontecimientos políticos y sociales del país en los que miles de manifestantes protestan contra la injusticia, se enfrentan a la clase política y celebran sus conquistas. Deambular por estas y otras ubicaciones a pie me ofreció una conexión más profunda y completa que la que proporciona cualquier otro medio de transporte. De esta manera comprendía el ritmo de la ciudad, tomaba conciencia de los lugares que se escapan del entramado turístico y me mezclaba en su cotidianeidad, gestando una relación estrecha con Atenas igual que un día lo hice con París o Nueva York.
Acrópolis, la «ciudad sagrada»
Entre las visitas imprescindibles están el Museo Arqueológico Nacional, la colina de Filopappos en la que se encuentra la celda donde Sócrates bebió cicuta, el Estadio Panathinaikó o el puerto del Pireo con su evocadora puesta de sol. Allí, sobre un cielo de acuarelas rosas y anaranjadas las velas de los barcos suben y bajan mecidas por el viento que contornea las olas. Capítulo aparte merece entrar en la Acrópolis. Había imaginado tantas veces cómo sería esa toma de contacto que lo primero que hice fue eliminar mis expectativas para dejarme sorprender por la experiencia real, la auténtica. La conocida como «ciudad sagrada» se aposenta en lo alto de una colina prominente desde la que se contempla el mar Egeo en los días despejados. Su altura respecto a la meseta hizo que los griegos la consideraran idónea para edificar templos, visible y fácil de defender ante cualquier ataque. Aún así no se pudo remediar que Jerjes I entrara con su ejército y la destruyera. Las ruinas de mármol que vemos hoy datan del siglo V a.C., momento en el que arquitectos, escultores y obreros se pusieron manos a la obra para reconstruir un lugar monumental en el que las piedras describen episodios míticos y rituales cívicos que ejemplificaban la identidad ateniense. En honor a la diosa Atenea, patrona de la ciudad desde que hiciera brotar el olivo y lo ofreciera como símbolo de paz y prosperidad, se edificaron un conjunto de templos que relatan la grandeza de Grecia, piden protección y guardan sus huellas fundacionales.
Templo Atenea Nike y Partenón
El recorrido por el recinto se inicia en la monumental puerta diseñada por Mnesicles, los Propileos. Arquitectura por la que entran y salen hasta veinte mil visitantes al día. Una llega tan emocionada por la sensacional imagen de las ruinas que es fácil pasar sin detenerse en el templo Atenea Nike. Pero hay que observar el friso que recorre los cuatro lados del templo donde se representa el apoyo divino, los enfrentamientos internos, las agallas atenienses y el triunfo de Platea. La maestría de los artistas griegos con el martillo y el cincel les permitió tallar en la roca escenas que resaltan el movimiento de los cuerpos y muestran los exquisitos cánones de belleza. En el centro de la colina me encuentro un Partenón en obras, con andamios por todas partes que combaten el inexorable paso del tiempo en busca de la inmortalidad y lo consiguen. Los arqueólogos han demostrado ser capaces de reconstruir tras siglos de ruinas y expolio el carácter definitorio del Partenón fragmento a fragmento. Cuesta creer que en 1687 un proyectil del ejército veneciano lo hiciera volar por los aires destruyendo gran parte de la cella, los muros y columnas o que un lord inglés robara infinidad de relieves y esculturas. Por eso, sobrecoge estar frente a este lugar al desnudo y admirar sus colosales columnas dóricas, la banda escultórica que rodea la parte superior donde se reproduce la procesión de las Grandes Panateneas y las metopas cuadradas en las que están grabadas escenas de la mitología, contiendas que son leyenda, como la Gigantomaquia, o algunos capítulos de la heroica Guerra de Troya. Imaginad lo que sería si se mantuvieran las piezas que hurtó Lord Elgin a principios del XIX y que en la actualidad se exhiben en el Museo Británico. Grecia las reclama como parte esencial de su patrimonio y su identidad. Los británicos no las sueltan.
«Cada ruina de la Acrópolis es un pasaje de la historia de Occidente»
Al otro lado del Partenón, el Erecteion y su Pórtico de las Cariátides en el que seis mujeres ejercen de columnas soportando el peso de la historia y el mito de Atenas. Es aquí donde se preservan la huella del tridente de Poseidón y el olivo que ofreció Atenea. Cuentan que el árbol que hay junto al templo es descendiente del que la diosa hizo brotar. Al noroeste de la Acrópolis está el Ágora antigua donde se discutían leyes y debatían sobre filosofía Sócrates y Platón a través del diálogo y la mayéutica. Muy cerca de ella está el Ágora romana con la Biblioteca de Adriano y la prodigiosa Torre de los Vientos, primera estación meteorológica de la historia. Al sur de esta colina sagrada se ubica el Teatro de Dioniso, lugar en el que nació la tragedia, la comedia y la sátira. Epicentro cultural de la Atenas clásica capaz de acoger hasta diecisiete mil espectadores. Próximo a este se halla el Odeón de Herodes Ático, en el que se representan hasta el día de hoy actuaciones del más alto nivel. Como veis, cada ruina de la Acrópolis es un pasaje de la historia de Occidente que ahonda en nuestras raíces iluminando nuestro presente.

La cocina griega
No sé vosotros, pero después de tanta masterclass yo me sentía exhausta. Con la cabeza llena de mitos y leyendas me cobijaba del calor en el seno de algún jardín frondoso mientras reponía fuerzas y neuronas con un café frappé lleno de hielo y espuma cremosa de la que te deja el recuerdo sobre los labios. Aprovechaba las últimas horas de sol para relajarme a la sombra de una de las terrazas de Plaka o Anafiotika, sucumbiendo a la música urbana al tiempo que pedía una cerveza Mythos y un mezze de tzatziki. Aperitivo que podemos hacer en casa, solo hay que mezclar el yogur griego con pepino rallado, unas gotas de limón, aceite de oliva, un ligero toque de ajo y pimienta. Y voilà, el frescor en el paladar está asegurado con esta salsa que alivia la incandescencia del verano mediterráneo. De esta manera iba aplacando la sed y el hambre hasta que me servían una musaka para chuparse los dedos (rebanadas de berenjena empapadas en salsa de tomate, el jugo de la carne de cordero especiada y salsa de bechamel). La cocina griega está basada en productos frescos y locales de alta calidad y en la simplicidad de su elaboración. El resultado son sabores naturales con una fuerte influencia mediterránea y un regusto oriental, aunque a veces también se cuelan matices de la cocina clásica francesa como la bechamel. Durante los siglos en los que el Imperio otomano dominó Grecia se introdujeron algunos de los ingredientes más sabrosos y destacados de su gastronomía como la berenjena o ¡el yogur! También los platos mencionados, que no dejan de ser reinterpretaciones griegas que demuestran el revoltijo cultural e histórico que somos.
La metáfora del brillante
El escritor Amor Towles explicaba en uno de sus libros cómo la vida de los héroes tiene la forma de un brillante vista de perfil. Salen a un mundo cuajado de aventuras y desafíos en el que acompañados de extraordinarios amigos realizan hazañas acumulando honores y alabanzas. Pero en algún momento del que no son conscientes las líneas que definen los límites de sus mundos comienzan a contraerse hasta converger en una punta afilada que es su destino. Después de convencer a Aquiles para luchar en la guerra de Troya e idear el caballo que les dio la victoria, Ulises partió con su tripulación cargado de promesas hacia Ítaca. El encuentro con los lotófagos enmarañó su objetivo pero fue la furia de Poseidón la condena que les hizo vagar durante diez largos años por el mar. El regalo de Eolo y la destrucción de casi toda la flota a manos de los lestrigones, los hechizos de Circe y el cautiverio de Calipso, los cantos de sirena o el descenso al Hades en el que consultó al adivino Tiresias y conversó con sus muertos son algunos de los episodios que demuestran la dureza del retorno y nos hablan del viaje interior que experimenta el héroe cuando las líneas que definen su mundo empiezan a estrecharse. Pero la audacia no solo estaba en llegar a las costas de Ítaca sino en regresar a uno mismo tras la guerra, en reconciliarse con su propia esencia. La metáfora del brillante define a todas las personas que afrontan su particular Odisea en un viaje de encrucijadas y dilemas morales. Divorcios, enfermedades y mil y una desavenencias de toda clase. Aunque a estas alturas de mi periplo griego gozaba de la mejor compañía no alcanzamos las costas de Ítaca. Alejados de Atenas, establecimos nuestro campamento a los pies del monte Pelión, en una playa de guijarros calientes y aguas cristalinas en la que el horizonte se perfilaba infinito. Aún nos quedan muchos años para llegar a Ítaca.
Una muy buena descripción de la Grecia clásica y moderna para conocerla.
Muchas gracias por tus palabras, Mariano 🙂