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Italia como medicamento para el espíritu

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Cobijados del sol bajo el espléndido manto de los árboles del jardín, sentados en torno a una mesa en la que corría el vino y olía a café, la familia Perlman compartía conversaciones en italiano, francés e inglés. El idioma dependía de los invitados. Añádanle la intensidad del verano, barra libre de libertad y arte a borbotones. Tolerancia, ligereza y belleza despojada de artificios. Cantaban al piano, leían juntos los días de lluvia y rescataban del lago Garda esculturas del mismo Praxíteles. Con estas idílicas escenas en la memoria de las que acostumbran a nacer los sueños aterricé en la Lombardía por primera vez. Era inevitable que me enamorase a lo grande. En el año 2017, el cineasta italiano Luca Guadagnino nos deleitó en la gran pantalla con Call me by your name, adaptación de la novela homónima de André Aciman. Una obra llena de vitalidad que aborda el primer amor con el caos propio de la adolescencia. Y ahí está el éxito de Call me by your name, en la universalidad de la primera vez. Cualquier persona puede reconocerse en algunas de las escenas que protagoniza Elio; el amor es un sentimiento que no distingue sexos. Las rutas en bicicleta, la sublevación del deseo y las noches de verbena con ritmos pegadizos completan los paisajes estivales de esta obra, que se acentúan con el embrujo italiano creando imágenes imbatibles. Suelen ganar los libros el pulso a sus adaptaciones, pero en este caso hay un digno empate. Guadagnino la dotó de sensualidad y le regaló una banda sonora en la que sobresale Love my way, de The Psychedelic Furs (no os perdáis el vídeo). Desde el estreno del film, han sido muchos los seguidores que han peregrinado hasta la fachada trasera de Santa María Maggiore de Bérgamo para bailar y sentir por unos minutos la efervescencia de Oliver y Elio. “…There’s emptiness behind their eyes, there’s dust in all their hearts…Love my way,  it’s a new road”. La canción de Richard Butler se catapulta como una oda al amor. 

Bérgamo

Tras un par de horas de vuelo, con desayuno de regalo incluido, tomamos tierra. Desde el aeropuerto de Bérgamo la línea uno de autobuses conduce a la Cittá Alta por un módico precio. En la lejanía ya destaca la muralla veneciana que recoge el centro y los distintos torreones medievales donde sobresalen los campanarios y las celestiales cúpulas de sus templos, así como las viviendas más espigadas. A primera hora de la mañana Bérgamo nos seduce con calles silenciosas, aire fresco y una luz dorada que guía nuestros pasos. Solo están abiertas las cafeterías por lo que la ciudad huele a expresso, capuchino y mantequilla. Estas exquisiteces gourmet abarrotan escaparates y mostradores. Degustar el ligero laminado de su bollería se convierte en una necesidad imperiosa que marca el segundo desayuno. Los escasos metros que distan desde Il Fornaio hasta Piazza Vecchia transcurren entre establecimientos de cannolis, focaccias, pasta fresca, gelaterias y tiendas de artesanía en las que prima la madera y el talento de sus creadores. En Bérgamo el tiempo parece encapsulado, calles y fachadas mantienen el encanto de tiempos pretéritos: las oquedades y cicatrices de sus arquitecturas, la piedra gastada y la cartelería tradicional. Conocedores de su riqueza patrimonial se afanan en mantenerla. La vida de los italianos en sus balcones y ventanas suma gracia y coquetería a las flores que prenden de ellos. Es hermoso observar la convivencia entre personas, monumentos y edificios históricos, como el Palazzo della Ragione, antigua sede medieval de ley y justicia, o el Palazzo Nuovo con sus líneas renacentistas, en perfecta comunión con los restaurantes y locales de hoy día, que además realzan el encanto del entorno con su mimada estética. Tras los arcos nos adentramos en la Cattedrale di Sant´Alessandro Martire cuyo interior posee un valor incalculable. En ella reina la quietud, el susurro místico de la oración, el estilo barroco y enormes pinturas religiosas. Nos sentamos en uno de sus bancos sintiendo el peso de la espiritualidad, la energía y la esperanza que emanan del corazón de sus feligreses. 

Bailar, bailar y bailar

En la Piazza Mercato, donde antiguamente se reunía el gremio de los zapateros, disfrutamos de un aperitivo con Aperol Spritz y Campari. Un toque de burbujas con colores vibrantes que en Italia forma parte de un estilo de vida chic y disfrutón. Por recomendación local comemos en Circolino, un restaurante que apuesta por el sabor de Bérgamo con ingredientes de proximidad. La vivencia gastronómica en este restaurante que antes fue monasterio e incluso prisión es inmersiva, puede que a la salida nos den el pasaporte italiano. Cada uno de los platos que salen de su cocina es un acto de amor que celebramos con el camarero. Cuando las prisas lo permiten hasta lo aplaudimos. En Italia la cocina es una expresión identitaria y posee una fuerte vinculación con la tierra. Cada bocado es una explosión de sabores, un efusivo homenaje a la tradición. Al igual que en la mesa de la familia Perlman suena un popurrí de lenguas de todas partes. Queriendo hacer el momento eterno nos afanamos en el postre bajo un dosel de vides canadienses. Aún nos quedan los negronis y la guinda de este viaje cinematográfico: bailar, bailar y bailar sin que importe el juicio ajeno. A media tarde brilla un sol de justicia canicular y puede que seamos presa del azúcar del tiramisú y de un cúmulo de espirituosos alegres pero es tremendamente emocionante llegar a la trasera de Santa Maria Maggiore, saltar la cadena y danzar rodeados de leones de piedra “…There’s emptiness behind their eyes, there’s dust in all their hearts…Love my way,  it’s a new road”. Sin melodrama y sin moralina, solo un mensaje positivo: vivir el amor con la intensidad y la celebración que merece. A tan solo unos metros está la piedra en la que se sienta Elio, repleta de mensajes con estrofas de la película y la canción. Enamorados que como él se sintieron sobrepasados pero sobre todo tuvieron la valentía de seguir adelante. Ya solo nos queda reposar a la sombra del antiguo lavadero, acompañados por locales, turistas y el sonido de la fuente, para constatar que 24 horas en Italia debería ser prescrito como medicamento para el espíritu. Un amor estival de los que abrigan y nos hacen levitar con apasionantes recuerdos cuando llega el invierno.

4 comentarios en «Italia como medicamento para el espíritu»

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