“Winter is coming” no sólo es el título del primer capítulo de Juego de Tronos, también es una de las premisas en torno a la que giraría la serie y la presentación de uno de los espacios más épicos de Poniente, Invernalia. La mañana que conocimos a Ramás quizá también fue la antesala de todo. El cielo, que ya se había cubierto de nubarrones, presagiaba el temporal de nieve. Eso, y los veinte laris que le regateamos al georgiano, nos iba a salir caro, a precio de petrodólar. A Ushguli no se accede en 4×4 sino a través de un conductor capaz de pilotar en una peli de Tarantino o capitanear un tanque a la guerra. Se requiere osadía al volante y un conocimiento extraordinario del paraje y sus carreteras. Rutas de transporte con el mismo nivel de asfaltado que una pista forestal. He conocido a exfumadores con más alquitrán en los pulmones que en esos caminos. Hora y media para hacer poco más de cuarenta kilómetros. El trayecto es una senda que se enrosca y te hace saltar como en una atracción de feria. Arriba, abajo, a un lado, al otro. Un brindis estomacal. Te asomas al vacío bordeando las montañas al igual que lo haría un trapecista. Pero adentrarse en Ushguli tiene algo mágico. Fundada a los pies del Shkahara es el asentamiento humano más alto de Europa. Sus torres de Svan del siglo XII, la gélida cortina que reviste sus montañas y el viento que arrecia convierten a la Alta Svanetia en Invernalia. Antes de salir de Mestia Ramás sabía que se iba a cobrar con creces esos cinco euros. Lo que no aventurábamos es que también viajaríamos en el tiempo.
Invernalia
Ramás es un fornido hombre que ronda los dos metros de alto y posee un diámetro difícil de abarcar con un sólo abrazo. Un roble de cincuenta y tantos años que habla ruso, georogiano y con los ojos. Es el tipo de persona que podría liderar un ejército, sobrevivir al ataque de un oso grizzly y comérselo de cuatro bocados sacándose los restos, plácidamente, con el mondadientes. Sin embargo, hoy el poderoso Rey de la Noche se ha convertido en chófer de unos mindundis que le han ganado en el noble arte del regateo. Pero volvamos al paisaje, llegar a Ushguli impacta, no sólo por el Shkhara y las torres de Svan, cuya belleza medieval impone, es que pasados los primeros instantes la atmósfera húmeda y glacial que lo salpica te sacude y traslada a otra época. El calor del sol se esconde tras las nubes y las cimas de las montañas. Durante seis meses sólo hay nieve, es Invernalia con toda su crudeza. Ataviada de pura lana de oveja de Kakheti y plumas hecho vapor por la boca igual que uno de los dragones de Khaleesi. Caminamos por calles llenas de pedruscos, maleza y tierra oscura como los posos de café. Fotografío las viviendas, que aún conservan la torre defensiva. Ahora son fuertes de piedra en los que se cuela el frío y no guardan ni una chispa de calor. Lejos del ideal rústico no se sienten hogareñas sino refugios en los que malvivir. Impasible es un concepto que resume bien el arco narrativo de Ushguli, en parte porque no se puede permitir su antónimo. Resistencia es la única opción.
La puerta a Casa de los Stark…
Pero el salto definitivo al pasado se produce cuando veo que el retrete de la cafetería es un cobertizo al que accedo a través de una pasarela. Un agujero en el suelo que huele peor que un urinario de feria el último día. Elijo el comodín de la puerta abierta, me atapono la nariz y fijo la mirada en el horizonte, mientras me digo “no te caigas”. Qué asquito. Durante la concentración me asalta el recuerdo de la acampada en el BBK, cuando vi los baños y decidí dejar de lado la bandeja de kiwis. No, yo ahí no.
Quien ríe el último ríe mejor
Pasado un tiempo nos reencontramos con un Ramás deseoso de volver a casa, porque a los ridículos e insultantes treinta minutos que nos ha concedido de recreo le hemos rascado otra media hora por mi tozudez. Es fácil ver el titular en las arrugas de su frente igual que el que lee en braille. “La tonta esta quiere hacer fotos”. El mandatario georgiano sometido a una mujer, me odia. Con el Mitsubishi en marcha emprendemos el camino de vuelta a Mestia. Sin embargo, el problema no tarda ni cinco minutos en asaltarnos. Saliendo de Ushguli un grupo que entra nos avisa de que estamos atrapados. Una montaña se ha derrumbado obstruyendo la única vía de regreso. La comunicación con el georgiano es complicada, lo único que sabemos en el idioma del otro se limita al gamarjoba (hola) y didi madloba (muchas gracias). Tiene que ser un tercero, con mucha torpeza, el que traduzca por teléfono. Las alternativas son dos. Hospedarnos en Ushguli hasta que habiliten la carretera, lo cual podría demorarse hasta una semana que no tenemos, o tomar la dirección contraria recorriendo media Georgia. En mi mente las opciones también son dos. O salgo de aquí, o salgo de aquí. Porque a la idea de volver a orinar en el agujero se une la de dormir en la “pochedumbre” y a escrupulosa no tengo rival. Gustosa me habría ido a pie antes que dormir allí. Por supuesto regresar tiene un coste adicional. En la maniobra de rescate alguien se va a cobrar los veinte laris que le hemos burlado con ganas. Quien ríe el último ríe mejor.
El trono de la Reina de Ushguli
Ramás habla con su mujer, fuma sin parar y calcula la situación con minuciosidad. La conversación es ininteligible para nosotros. Quizá es la mayor despedida de amor de la historia, quizá le esté pidiendo que le guarde estofado, quizá que le grabe el concurso de la tele. Siempre será un enigma. Mientras tanto una familia nos abastece de gasolina. Un bidón, dos…todo lo que quepa. Ya estamos equipados pero por algún motivo no terminamos de arrancar. Dicen que cuando los animales se sienten en peligro defecan y orinan para correr más ligeros. Debí sentir lo mismo porque de nuevo mi vejiga vuelve a llamar. Ojalá pudiera ponerme un corcho, o que mi cuerpo reabsorbiese el pis, o que la necesidad crease al órgano al más puro estilo Lamarck, o simplemente que ninguno de los diez hombres del corrillo que se ha montado me mire y poder hacerlo a la brisa de los Cáucasos. Ninguna es opción, de manera que Ramás consigue para mí el baño de una familia. De cuclillas me prometo no poner a Dios por testigo de que jamás volveré a mear aquí. Me siento Scarlett O’Hara con el culo al descubierto. Comienza la odisea a Mestia, un trayecto de más de doce horas. Subimos a cimas que veíamos lejanas, vemos glaciares y nieve cubriendo montañas como una cobertura fondant. Estamos en lo más alto, tenemos hambre y dos paquetes de galletas. Nos acompaña un día de lluvia y niebla. Durante el descenso añado un segundo cinturón de seguridad. Adelanto mi cuerpo, me agarro al asiento delantero y cruzo mi brazo izquierdo con todas mis fuerzas sobre Jorge. Una barrera humana para el peor de los casos. Bajo el diluvio el camino es doblemente tortuoso, está lleno de rocas desprendidas y agua por todas partes, los riachuelos se han desbordado inundando todo, por fortuna el georgiano es un artista al volante.
Nasdrovia
Atravesamos montañas cuyas paredes parecen acuchilladas. En cualquier momento pueden venirse abajo ellas, uno de los árboles muertos que cuelgan o incluso sufrir una avalancha. Aunque el ánimo no ha decaído, Ramás decide mejorar el ambiente poniendo música folclórica. Y en cuanto puede aprovecha para sacar el tesoro, el santo grial georgiano de sangre de uva, en otras palabras: una botella de CHACHA. Un destilado de entre cuarenta y setenta grados que te hace entrar en calor incluso en la Antártica. Nos cuenta que lo hace él mismo, nos extiende dos vasos que poco tienen de chupito sino más bien con copas de balón cristianas y los llena hasta arriba. A la guerra no se va con agua. Saco mi cultura etílica de pueblo y me lo bebo de un trago para que no se vayan las vitaminas. Me gano el respeto del georgiano. Se gesta la camaradería, nos envuelve con un abrazo y se despoja del invierno que cubría sus ojos. Ahora estamos en el mismo bando. En la siguiente parada ocurre la magia. Cuál era el título de la serie de Hugo Silva y Leonor Watling. Esa en la que sale Jabois ¡¡¡NASDROVIA!!! Es ruso pero sirve para que Ramás se emocione y brindemos bajo el mismo lema. Nasdrovia. El chacha aclara nuestro día más oscuro, a estas alturas de la gesta incluso orinamos los tres en fila bajo la lluvia nocturna. Ya soy uno más, sólo me falta dejarme el bigote. Y lo que parecía que no iba a pasar nunca, ocurre. A las tres de la madrugada llegamos. Estrechamos a Ramás y aspiramos tanto aire como podemos. Tras sentir las piernas, beso el suelo y cierro los ojos con las palabras de Syrio Forel: “¿Qué le decimos al Dios de la muerte? Hoy no.”
Letra pequeña
Realmente nunca sabré qué música sonó durante esas horas infinitas pero os dejo un enlace a un grupo georgiano que me descubrió hace poco mi amigo Matías, el Trio Mandili, el sonido de Georgia.
Puff. Voy leyéndolo en el coche de regreso a casa desde Antequera… Que estrés. Menos mal que ya me sabía la historia. Aún así me ha tenido en vilo. Muy bien escrito😍😍
No hay aventura sin sus dos caras pero lo pasamos muy bien. Muchas gracias por tu comentario y por leerme siempre 🙂
Tus fotos me encanta y tu historia aún más
Muchas gracias Antoñita!!