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Un mar de vida

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Buceando en Menorca. Entre dos aguas. Psicogeografías. Clara Colorín Colorado.
Buceando en Menorca en octubre de 2020

Lo recuerdo bien, era el año 2010 y mi tía vivía por entonces en una casita baja de paredes blancas que el sol envolvía de luz. Desde allí era fácil escuchar el oleaje y oler el perfume salado del mar, si subía a la azotea podía contemplar el horizonte infinito que dibujaba el Mediterráneo. Un agua que bañaba las costas de turquesa y se tornaba profundamente marina hasta perderse en la lejanía del tono prusia. El hogar de mi familia en Menorca tenía contraventanas de madera verde, piscina, un cuidado césped salvaje y flores que Daniela arrancaba para regalarnos sus colores. Su madre le regañaba, ella se entristecía y gimoteaba. En secreto yo le decía que muy bien, que me encantaban y que muchas gracias. La educación infantil saboteada por las contradicciones del querer. Con Mike a punto de nacer los días discurrían entre la piscina y la nevera, las patatas fritas y la pista cementada desde la que me sumergía en el mar. Bajaba cada tarde mientras los demás se echaban la siesta. Dejaba la urbanización a espaldas, descendía por una escalera y a nadar. A media tarde solía llegar más gente para refrescarse y tomar el sol. Yo los observaba imaginando sus vidas. Me preguntaba qué les habría traído hasta allí, qué relación tendrían entre ellos y, por supuesto, qué harían en el caso de ver un tiburón. Siempre me han gustado las películas, no lo puedo evitar. Y desde que vi la de Spielberg, los escualos forman parte de mis pesadillas de veraneo hasta el punto de que cuando me baño me cercioro de que hay alguien más alejado que yo. Me relaja pensar que, si un tiburón nos sorprende, el intrépido bañista será el primero en darse cuenta y podré salvarme.

Mahón

Una mañana mi tío Curro me propuso acompañarle a Mahón. Él tenía clases, yo una oportunidad para hacer turismo. A la altura del Orfeón nos despedimos y no pasaron ni cinco minutos cuando irrumpí en la primera pastelería. Había desayunado el pan élfico que hacía mi tía pero en la isla el cuerpo me pedía ensaimada. Salí chupándome los dedos con una coca de albaricoque. Continué por calles de tiendas, fachadas de colores y postigos que se abrían como si me dieran los buenos días. Me asaltaban tenderetes de abarcas, vestidos blancos y postales de Menorca. En la Plaza del Mercado me perdí entre sus puestos de plantas, conservas y ese delicioso queso tan suyo que permanece en el paladar; salí y rodeé la Iglesia del Carmen. La estudié desde fuera, era demasiado temprano para implorar a Dios. Con el Mercado del Pescado me pasó lo mismo, si eres de interior aún no era la hora para oler rodaballos y salmonetes.

En la cima de la Costa de ses Voltes vi cómo esta se retorcía cual serpiente. Bajé el millón de escaleras para llegar al puerto. Giré a la izquierda y apareció uno de esos sitios encantadores rodeado de otros sitios no menos encantadores. Hablo del Café de Baixamar, de Clandestino y Akelarre. Testigos del carácter mediterráneo, del buen tiempo y el disfrute, no importaba si era un café, una pomada o un “xoriguertonic”, allí la vida se bebía a sorbitos. Al otro lado estaban los muelles con sus veleros, sus yates y su lujo: el navegar de los sueños. Me di la vuelta, levanté la vista y tuve otra de las mejores estampas de Mahón. La colina sobre la que se asienta parte de la ciudad dominada por la arquitectura costera. Casas blancas y de colores superpuestas, piedra, el zigzag de la Costa de ses Voltes y la pared mostaza de la Iglesia de Santa María bajo el brillo del verano. Me atraía igual que el polen a los insectos. Subí, callejeé sin orden e hice fotos en el mirador de Pont des Castells. Justo cuando me disponía a sentarme y creía que iba a asaltar la bodega de Estrellas como uno de los corsarios de Barbarroja me llamó Curro: había que regresar, Mike quería nacer ya.

Menorca, un mar de vida entre dos aguas

Falsa alarma. Pensé que mi primo era listo, que había intuido que la vida extrauterina era dura y se había dicho “me quedo aquí un ratito más”. Tras el sobresalto llegó la siesta, el momento más soporífero desde que tengo uso de razón. Sé lo que estás pensando, quizá no tengo tanto uso de razón. Mi tía me habló de una cala pequeñita que estaba cerca: Rafalet, un tesoro custodiado por acantilados. Dijo que sólo tenía que subir la cuesta, meterme en el Camí de Cavalls y seguir el sonido del mar. Era cierto, en veinte minutos había llegado. Ahí estaba yo, en medio de un montón de nudistas. La cala era tan estrecha como un pasillo, extender la toalla era una conquista imposible. Estábamos más apretados que una lata de sardinas. Ocupé el único sitio libre: una piedra. Me quedé inmóvil sin saber dónde mirar hasta que los cangrejos pensaron que era parte de la roca. Justo en esa milésima de segundo tonto se me ocurrió una brillante idea. Me envalentoné, compañera siamesa de la idea “brillante”, cogí las gafas y me metí en el agua cristalina.

Buceé porque era lo más parecido a desaparecer. Los bañistas lo tradujeron como un asalto voyeur y se me vino encima una oleada de gente en bolas. Penes, pechos y el manto púbico sin cobertura alguna. Era la artista no invitada, el Inspector Gadget descontextualizado. Continué buceando con mis gafas “biónicas” hasta dejar el bochorno atrás, salí a mar abierto y me di cuenta de que estaba sola. Ya no había agua turquesa sino azul oscura. Me hundí para no escuchar nada. Sumergida vi algo enorme sobre mi cabeza, nadé hacia la superficie y entonces lo escuché. Era el sonido de una guitarra, alguien estaba tocando en la cubierta de un velero “Entre dos aguas” de Paco de Lucía . Y no sé si el que lo hacía tenía duende o no pero floté como si tocase el cielo. Solo existíamos la canción y yo. Quizá fuese una sensación comparable a la que Mike experimentaba sumergido en líquido amniótico. Nunca lo sabré, pero tantos años después ese momento en Menorca sigue siendo uno de los más felices. El final inesperado de una situación la mar de incómoda. 

10 comentarios en «Un mar de vida»

  1. Que bonito! No sabía que habías estado en Menorca cuando nació Mike. Con esta familia te unen muchas cosas. Supongo que tendrás muchas ganas de volver allí

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