
A última hora de la tarde miro el cielo y lo estudio como si fuera a dar el parte meteorológico en un rato. Observo la velocidad a la que corren las nubes, la altura a la que vuelan tratando de identificar si contienen lluvia o cristales de hielo. Pero sobre todo me quedo obnubilada con las formas tan originales que adquieren. Las hay que parecen deshilachadas y están hechas un trapo. Algunas son similares al algodón: redonditas, mullidas y pequeñas, diría que incluso huelen a limpio y les acompaña el trino de los pájaros. En los meses de invierno es común ver multicapas: densas y pigmentadas con toda la gama de grises, encementan el cielo impidiendo que veamos el sol y los días que duran nos hacen sentir tristísimos. Otras tienen forma de ovni y algunas adquieren la apariencia del viento que las peina. Con mi nivel B1 en meteorología me atrevo a decir que los undulatus se asemejan a un campo labrado, las radiatus a un plano callejero y sé que las estelas de condensación son creadas por nosotros los humanos. Sí, sí, nosotros creamos nubes. Las producimos con el vapor de agua que liberan los motores de los aviones, agua que se condensa o congela por las bajas temperaturas de las alturas. De esta manera tan curiosa la ciencia nos proporciona una nube. Si dicha nube se desvanece rápido los pasajeros disfrutan de un vuelo estable. Si, por el contrario, la estela permanece, están viviendo un sube y baja de sacudidas atmosféricas. Ahora vais a mirar el cielo con otros ojos, ¿verdad? Pues atentos, porque a primera hora de la mañana y última de la tarde se produce uno de los momentos de más tráfico aéreo. Si levantáis la vista del suelo lo veréis lleno de estelas de condensación. Aviones que dibujan el firmamento como Kandinsky. Líneas blancas pincelan el lienzo celeste con energía y emoción provocando pensamientos del tipo dónde irá ese avión. En mis ensoñaciones esos aviones siempre viajan a lugares remotos, exóticos y plagados de aventuras. Romanticismo asiático donde la geografía está poblada de playas de arena blanca con palmeras recostadas en la orilla, montañas escarpadas cuyas cimas marcan los límites del mundo, tejados que apuntan al cielo y personas de ojos rasgados con sandalias todo el año. En uno de esos vuelos románticos, navegando entre nubes de todo tipo, aterricé en la ciudad de Hong Kong y seguí en una nube.
Hong Kong, una rara avis de las colonizaciones
Rodeada por el mar de la China meridional al sur y el delta del río de las Perlas al este, Hong Kong está compuesto por unas doscientas sesenta y dos exuberantes islas ajardinadas con vertiginosos rascacielos acristalados y es una rara avis de las colonizaciones. Mezcolanza asiática y occidental con buen sabor al final. A pesar de que su adhesión al imperio británico no fue un camino de rosas sino consecuencia de los Tratados de Nankín y Pekín tras las Guerras del Opio que enfrentaron a la dinastía Qing con Reino Unido, el desarrollo económico vivido tras la Segunda Guerra Mundial y las libertades individuales adquiridas en el sistema colonial fueron bien recibidas por muchos hongkoneses. Tanto que la ciudad pasó a ser, no solo uno de los más importantes puertos para el comercio internacional, sino también el refugio para todos los habitantes de China que huían de la hambruna y la represión política. Hasta el año 2047 la ciudad goza del estatus de Región Administrativa Especial. Corazón chino y sangre británica donde conviven la ceremonia del té con la bolsa de valores o la democracia. Los ángulos afilados del Bank of China Tower con las simbólicas puertas de dragón de muchos de sus rascacielos, grandes espacios abiertos en sus torres que permiten el paso de los dragones de la montaña hacia el agua evitando la mala suerte. Las tartaletas de huevo en su versión más dulce y ligera, el cerdo agridulce, plato de origen cantonés pero evolucionado con ingredientes occidentales como la piña o el ketchup, o el té con leche al estilo hongkonés en el que se decantan por la leche evaporada o condensada para darle una textura más cremosa, con notas de caramelo y vainilla.
Escenas de Hong Kong
Es mi segundo viaje a Hong Kong y, aunque mis amigos hongkoneses insisten en que a veces se ve un cielo azul reluciente, me vuelve a acompañar una niebla que se traga el horizonte de montañas jurásicas y el mar de rascacielos que hay más allá. Aun así es emocionante volver a estar aquí, sentir cómo la vida va a mil por hora regalándonos escenas brillantes en las que se adivina el calor y la humedad en la piel de sus protagonistas. Nos lanzamos a caminar por calles coronadas por la publicidad, los paraguas, los andamios de bambú, las imparables máquinas de aire acondicionado y un sinfín de ventanas ordenadas en un enjambre de viviendas y oficinas de todos los colores. Presas de la lluvia en nuestro ascenso al Pico Victoria nos resguardamos en un hotel. Por la entrada desfilan Porsches, Bentleys e incluso un Rolls-Royce. Se celebra una convención de anime y los asistentes visten homenajeando a Dragon Ball. Hong Kong te regala escenas como esta. Subir al Pico Victoria es un ejercicio popular de senderismo entre sus habitantes. Nuestro amigo, diestro en el noble arte de los palillos, hongkonés antes que madrileño, nos conduce por un sendero asfaltado y de cierta pendiente que se combina con pasadizos de escaleras. Todo ello rodeado de una vegetación apabullante y fresca, cobijados por el sonido del agua, el canto de las aves y el crujir de las hojas. El recorrido ofrece unas sensacionales vistas panorámicas a la ciudad. En los últimos metros, cerca de la cumbre, el sendero nos sumerge entre pequeñas gotas de agua fruto del vapor de este mes de agosto y el frescor que se desprende de estar a quinientos cincuenta metros de altura. Un paseo por las nubes en Hong Kong para esta romántica viajera. A quién le importa el cielo azul reluciente cuando se puede vivir por momentos en una refrescante nube.
Desde Kowloon a las estrellas
Tras una comilona al más puro estilo mainland ponemos rumbo en ferry a Kowloon para disfrutar del mayor skyline del mundo. Desde aquí se puede ver el Bank of China Tower, inspirado en el bambú para simbolizar la fuerza, vitalidad y crecimiento, un diseño que representa las aspiraciones de China y su confianza en el futuro de Hong Kong. A la derecha, el famoso HSBC Main Building cuya arquitectura se inspira en los puentes colgantes para crear una estructura de suspensión única la cual incorpora principios de geomancia que aseguran la armonía energética. Las elegantes torres del IFC (International Finance Centre), el Central Plaza con su característica aguja y, aunque no es un rascacielos, el Hong Kong Convention and Exhibition Centre, son parte del conjunto de edificios icónicos que componen el espectáculo Symphony of Lights. Una combinación de LED, láseres y música para celebrar el vibrante perfil urbano de Hong Kong. Siguiendo las luces paseamos por la Avenida de las Estrellas. Un recorrido que rinde homenaje a las figuras más destacadas de la industria cinematográfica hongkonesa, actores como Jackie Chan, Bruce Lee o Anita Mui o el director Wong Kar-wai entre otras personalidades. Hay placas conmemorativas, huellas de las manos, códigos QR con información y esculturas. Una de las más destacadas es la de un Bruce Lee de dos metros en posición de combate similar a la de la película Fist of Fury. Es conmovedor ver la cantidad de personas que se agolpa cada día en torno a este visionario que fusionó las artes marciales, la filosofía y el cine dejando un legado imbatible en la cultura popular. Para continuar esta peliculera senda conviene visitar Chungking Mansion, antiguo hogar de las mafias locales convertido hoy en localización de célebres largometrajes como Chungking Express.
El Hong Kong más genuino
Hong Kong ofrece planes para todos los gustos. Desde visitar Tai Kwun, antigua Comisaría Central de Policía, Magistratura Central y Prisión de Victoria reconvertida hoy en centro cultural que invita a la reflexión sobre el pasado, deleitarse con una ópera cantonesa en el Xiqu Centre, puerta abierta a la cultura cuyo goce se inicia antes del canto, la danza y las acrobacias, en el diseño de su impresionante fachada que se asemeja al cortinaje de un gran teatro y, cómo no, en la noche. Se pueden conocer todos los museos y las recomendaciones más didácticas de las guías de viaje y no sentir que has estado en Hong Kong hasta que deambulas por los garitos de Lan Kwai Fong. La vida nocturna es un frenesí que comienza en el barrio de Jordan. Un microcosmos en el que se conjugan lugares como Temple Street y su Night Market. Calles que son mercados de auténticas falsificaciones, farolillos que alumbran obras al óleo y la acuarela de artistas callejeros, kioscos de comida fresca donde hay pak choi y su popular fresh live crab. Hay neones e iluminados que aseguran conocer tu futuro. Puede que no sea el Hong Kong más elegante y sofisticado, pero sí el más genuino. Después de unos brindis acalorados con unas latas del 7eleven, un clásico a la altura del tweed de Chanel, entramos en un pub donde hay música en directo, ofertas etílicas y gente de todas partes. Inmigrantes, viajeros y hongkoneses bailan las canciones de una banda de filipinos con mucho ritmo. Nos despedimos de Hong Kong después de haber subido las coloridas escaleras olímpicas, imitado los movimientos de las artes marciales o viajado en el segundo piso del tranvía. Con la barriga llena de pineapple bun en Kam Wha Café, dumplings y Tsingtao. Ya dominamos la Octopus, acepta VISA y cash pero no MasterCard. No sabemos cuál es el porvenir de esta ciudad pero la energía que fluye en ella es poderosa y nos hace sentir que estamos ante una de las urbes más carismáticas de Asia. Un lugar de encuentro entre Oriente y Occidente en el que la cultura se funde de la manera más deliciosa. Añádanle a esta nube urbana unas gotas de leche condensada y a disfrutar.
Sin haber ido hace que te enamores de Hong Kong !!! Gracias. La foto de Jorge tb mola mucho.